29º domingo del Tiempo ordinario – B.
Evangelio
35 Entonces
se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, diciéndole:
—Maestro, queremos que nos concedas lo
que te vamos a pedir.
36 Él
les dijo:
—¿Qué queréis que os haga?
37 Y
ellos le contestaron:
—Concédenos sentarnos uno a tu derecha
y otro a tu izquierda en tu gloria.
38 Y
Jesús les dijo:
—No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber
el cáliz que yo bebo, o recibir el bautismo con que yo soy bautizado?
39 —Podemos
—le dijeron ellos.
Jesús les dijo:
—Beberéis el cáliz que yo bebo y
recibiréis el bautismo con que yo soy bautizado; 40 pero sentarse a
mi derecha o a mi izquierda no me corresponde concederlo, sino que es para
quienes está dispuesto.
41 Al
oír esto los diez comenzaron a indignarse contra Santiago y Juan. 42 Entonces
Jesús les llamó y les dijo:
—Sabéis que los que figuran como jefes
de las naciones las oprimen, y los poderosos las avasallan. 43 No
tiene que ser así entre vosotros; al contrario: quien quiera llegar a ser
grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; 44 y quien entre
vosotros quiera ser el primero, que sea esclavo de todos: 45 porque
el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en
redención de muchos.
La escena se sitúa cuando Jesús va camino de Jerusalén (v. 32). Sabe
lo que va a ocurrir allí (vv. 33-34) y el sentido redentor que tiene su muerte
(v. 45).
Con la imagen del cáliz y el bautismo (v. 38), evoca también lo
doloroso de ese trance (cfr 14,36; Rm 6,4-5). Jesús asocia, pues, a sus
discípulos en su destino particular: «Fijémonos cómo la manera de interrogar
del Señor equivale a una exhortación y a un aliciente. No dice: “¿Podéis
soportar la muerte? ¿Sois capaces de derramar vuestra sangre?”, sino que sus
palabras son: ¿Sois capaces de beber el
cáliz? Y, para animarlos a ello, añade: Que
yo he de beber; de este modo, la consideración de que se trata del mismo
cáliz que ha de beber el Señor había de estimularlos a una respuesta más
generosa. Y a su pasión le da el nombre de “bautismo”, para significar, con
ello, que sus sufrimientos habían de ser causa de una gran purificación para
todo el mundo. Ellos responden: Lo somos.
El fervor de su espíritu les hace dar esta respuesta espontánea, sin saber bien
lo que prometen, pero con la esperanza de que de este modo alcanzarán lo que
desean» (S. Juan Crisóstomo, In Matthaeum
65,2).
En sus últimas palabras, el Señor recuerda que, si Él vino a servir
(v. 45), es el servicio lo que caracterizará a quien haga sus veces (v. 43; cfr
Jn 13,14-17): «No se mueve la
Iglesia por ninguna ambición terrena, sólo pretende una cosa:
continuar, bajo la guía del Espíritu Paráclito, la obra del mismo Cristo, que
vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar,
para servir y no para ser servido» (Conc. Vaticano II, Gaudium et spes, n. 3).
Los tres anuncios que ha hecho Jesús sobre su Pasión en Jerusalén (v.
33; cfr 8,31; 9,31) presentan un mismo esquema: a la enseñanza del Señor, le
sigue la resistencia a aceptarlo por parte de los discípulos y la corrección de
miras por parte del Salvador. De esa manera, nosotros, como los discípulos,
somos invitados a corregir continuamente nuestra visión del Señor.
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