1 ¡Que el desierto y la tierra árida se alegren,
que se goce la estepa y florezca como las azucenas!
2 Florezca pujante y alégrese
con gozo y cánticos de júbilo.
Se le ha dado la gloria del Líbano,
la gala de Carmelo y del Sarón,
ellos verán la gloria del Señor,
la majestad de nuestro Dios.
3 Fortaleced las manos débiles,
y consolidad las rodillas que flaquean.
4 Decid a los pusilánimes:
«¡Cobrad ánimo, no temáis!
Aquí está vuestro Dios,
llega la venganza, la retribución de Dios.
Él vendrá y os salvará».
5 Entonces se abrirán los ojos de los ciegos
y se destaparán los oídos de los sordos.
6a Entonces el cojo saltará como un ciervo,
y la lengua del mudo gritará de júbilo.
10 Regresarán los redimidos del Señor,
llegarán a Sión con gritos de júbilo
e infinita alegría en sus rostros,
traerán regocijo y alegría,
y desaparecerán la pena y los lamentos.
En este capítulo de Isaías se presenta una visión de la Jerusalén restaurada con un lenguaje grandioso que recuerda la renovación anunciada en los caps. 11 y 12. Dios, que manifestó su cercanía y protección al pueblo en el éxodo, cuando Israel salió de Egipto, repetirá sus prodigios en el retorno de los redimidos a Sión. Les mostrará y allanará su camino de regreso y les acompañará como en una procesión solemne hacia la morada del Señor (v. 8). Así como en Babilonia había un «Camino Santo» decorado con esculturas de leones y dragones que conducía hacia el templo de Marduc, los redimidos tendrán un «Camino Santo» de verdad que los conducirá hacia la Casa del Señor en Jerusalén. La alegría y regocijo de los repatriados se reflejará en la curación repentina de ciegos, sordos y cojos (cfr 29,18-19); es un anticipo de los tiempos mesiánicos.
Los milagros de Jesús testimonian que el momento de la verdadera redención anunciado entre sombras en los profetas ha llegado a su plenitud (cfr Mt 11,2-6). San Justino, mostrando al judío Trifón que esta profecía se cumple en Cristo, señala: «Fuente de agua viva de parte de Dios brotó este Cristo en el desierto del conocimiento de Dios, es decir, en la tierra de las naciones: Él, que, aparecido en vuestro pueblo, curó a los ciegos de nacimiento según la carne, a los sordos y cojos, haciendo por su sola palabra que unos saltaran, otros oyeran, otros recobraran la vista; y resucitando a los muertos y dándoles la vida, por sus obras incitaba a los hombres a que le reconocieran. (...) Él hacía eso para persuadir a los que habían de creer en Él que, aun cuando alguno tuviere algún defecto corporal, si guarda las enseñanzas que por Él nos fueron dadas, le resucitará íntegro en su segunda venida, y le hará con Él inmortal, incorruptible e impasible» (Dialogus cum Tryphone 69,6).
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