1 Pablo, siervo de Jesucristo, apóstol por vocación, designado para el Evangelio de Dios, 2 que Él de antemano prometió por sus profetas en las Santas Escrituras 3 acerca de su Hijo Jesucristo, Señor nuestro, nacido del linaje de David según la carne, 4 constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu de santificación por la resurrección de entre los muertos, 5 por quien hemos recibido la gracia y el apostolado para la obediencia de la fe entre todas las gentes para gloria de su nombre, 6 entre las que estáis también vosotros, elegidos de Jesucristo, 7 a todos los que estáis en Roma, amados de Dios, llamados a ser santos: gracia y paz a vosotros de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
Tres estimaciones aparecen en la presentación que el Apóstol hace de sí mismo (v. 1): Pablo se considera: a) «siervo de Jesucristo» —como Moisés y los antiguos profetas lo eran de Dios—; b) «apóstol por vocación» divina —que le sitúa al nivel de los Doce—; c) «designado (elegido) para el Evangelio de Dios». De este modo justifica su carta ante los fieles de Roma donde aún no había estado. Recuerda además el designio redentor de Dios Padre, realizado en Cristo, mediante el Espíritu Santo, llamado aquí «Espíritu de santificación» (vv. 2-5) —expresión no repetida en el Nuevo Testamento—, y se dirige a sus destinatarios llamándolos «amados de Dios» y «santos» (vv. 6-7). Estas palabras no son sólo un modo de hablar, sino que expresan una realidad profunda: los cristianos han sido elegidos por Dios y «llamados», de igual manera que lo fueron repetidamente los israelitas por medio de Moisés (Nm 10,1-4). En el caso de los cristianos ésta es una llamada a formar el nuevo pueblo de Dios, que tiene como nota distintiva la santidad.
La palabra «Evangelio», que San Pablo utiliza con frecuencia, designa la buena nueva de la salvación obrada por Cristo. Los Apóstoles recibieron el mandato de Jesús de predicar el Evangelio a toda criatura (Mc 16,15; Mt 28,19). Pablo ha sido elegido también como ellos, con especial encargo de proclamarlo a los gentiles (v. 5), entre los que se cuentan los romanos. Para él, el Evangelio incluye necesariamente la fe en Jesucristo como el Hijo de Dios, según testimonia su resurrección de entre los muertos (v. 4). De ahí que el Evangelio sea a la vez el poder salvador de la gracia conquistada por Jesucristo, las verdades reveladas por Él, y la actividad misma de la Iglesia para extender la salvación divina a la humanidad. En los escritos paulinos se encuentran las dos expresiones: «Evangelio de Dios» y «Evangelio de Jesucristo», que vienen a ser equivalentes.
«Obediencia de la fe» (v. 5) es la aceptación del Evangelio, acto que pertenece a la inteligencia y voluntad humanas, pero que las supera: sólo puede realizarse a partir de la fe.
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