24º domingo del Tiempo ordinario – A . 1ª lectura
30 Rencor y cólera, ambos son detestables,
y el hombre pecador los tendrá dentro.
28,1El que es vengativo, hallará venganza del Señor,
Él le tendrá siempre presentes sus pecados.
2Perdona a tu prójimo la ofensa,
y así, por tu oración, te serán perdonados los pecados.
3 ¿Hombre que a hombre guarda rencor,
cómo osará pedir al Señor la curación?
4 El hombre que no tiene misericordia con su semejante,
¿cómo se atreve a rezar por sus propios pecados?
5 Si él, siendo mortal, guarda rencor,
¿quién le perdonará sus pecados?
¿Y pide a Dios la reconciliación?
6 Recuerda tus postrimerías y dejarás de odiar:
son corrupción y muerte; así cumplirás los mandatos.
7 Recuerda los preceptos, y no te enojes con el prójimo.
Recuerda la Alianza del Altísimo,
y no tengas en cuenta los errores del prójimo.
En
este pasaje se agrupan algunas sentencias con un motivo común: no hay
que buscar la discordia, sino la reconciliación y la paz. Las primeras
(vv. 1-5) se refieren al perdón: hay que perdonar para poder ser
perdonado. Luego se exponen los motivos singulares para no mantener el
ánimo irritado contra el prójimo: hay que «recordar» quiénes somos y qué
ha hecho Dios con nosotros.
Parece
claro que nuestro Señor tenía presentes estos u otros consejos
semejantes al enseñar en el Padrenuestro: «perdónanos nuestras deudas
como también nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mt 6,12; cfr
también Mt 6,14). «La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos
(cfr Mt 5,43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su
Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la
oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión
divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el
amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este
testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la
reconciliación de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre
sí» (Catecismo de la Iglesia Católica,
n. 2844). Y San Juan Crisóstomo citando 28,2-4 escribe: «Aunque no les
causes ningún mal [a los enemigos], si les miras con poca benevolencia,
conservando viva la herida dentro del alma, entonces tú no observas el
mandamiento ordenado por Cristo. ¿Cómo es posible pedir a Dios que te
sea propicio cuando no te has mostrado misericordioso, también tú, con
quien te ha faltado?» (De compunctione 1,5).
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