6 Buscad al Señor mientras se le puede encontrar.
Invocadle mientras está cerca.
7 Que el impío deje su camino,
y el hombre inicuo sus pensamientos;
que se convierta al Señor y se compadecerá de él,
a nuestro Dios, que es pródigo en perdonar.
8 Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos,
ni vuestros caminos, mis caminos —oráculo del Señor—.
9 Tan elevados como son los cielos sobre la tierra,
así son mis caminos sobre vuestros caminos
y mis pensamientos sobre vuestros pensamientos.
En este capítulo de Isaías se recogen algunos oráculos que constituyen una llamada a la conversión a Dios, a beneficiarse de sus dones salvíficos que se reparten gratuitamente: «Venid a las aguas» (v. 1), «venid a Mí» (v. 3), «buscad al Señor» (v. 6), «que el impío deje su camino» (v. 7). En su origen la llamada se dirige a los exiliados en Babilonia, para que vuelvan a Jerusalén; pero la exhortación transciende cualquier concreción histórica para convertirse en permanente y universal.
Este texto que acabamos de leer es, como todos ellos, una llamada a la conversión. Para volver a la patria antes es necesario volver a Dios, «buscarle» (vv. 6-7). Y el Señor, que se deja encontrar y no juzga a la manera de los hombres, tiene la capacidad de conceder el perdón (vv. 8-9). Se enseña así que la llamada a la conversión se fundamenta en la bondad de Dios que es «pródigo en perdonar» (v. 7). El hombre, por su parte, no debe dejar pasar esa oportunidad que Dios le brinda. Estas palabras se convierten así en un continuo estímulo para volver a empezar en la lucha ascética: «Convertirse quiere decir para nosotros buscar de nuevo el perdón y la fuerza de Dios en el Sacramento de la reconciliación y así volver a empezar siempre, avanzar cada día, dominarnos, realizar conquistas espirituales y dar alegremente, porque “Dios ama al que da con alegría” (2 Co 9,7)» (Juan Pablo II, Novo incipiente, 8-IV-1979). Y San Agustín, urgiendo a la conversión, escribía: «No digas, pues: “Mañana me convertiré, mañana agradaré a Dios, y todas mis iniquidades de hoy y de ayer se me perdonarán”. Dices verdad al afirmar que Dios prometió el perdón a tu conversión; pero no prometió el día de mañana a tu dilación» (S. Agustín, Enarrationes in Psalmos 144,11).
Las palabras del v. 8 son evocadas por San Pablo en Rm 11,33 y evidencian cómo en numerosas ocasiones hacemos planteamientos pequeños o nos quedamos cortos ante las grandes cosas que Dios nos tiene preparadas.
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