7º
domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura
Así está escrito: El primer hombre,
Adán, fue hecho ser vivo; el último Adán, espíritu que da vida. 46
Pero no es primero lo espiritual, sino lo natural; después lo espiritual. 47
El primer hombre, sacado de la tierra, es terreno; el segundo hombre es del
cielo. 48 Como el hombre terreno, así son los hombres terrenos; como
el celestial, así son los celestiales. 49 Y como hemos llevado la
imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del hombre celestial.
Para
exponer cómo tendrá lugar la resurrección de los muertos, el Apóstol utiliza
comparaciones tomadas del reino vegetal, animal y mineral, para que pueda
entenderse mejor (vv. 36-41). «Este “cómo ocurrirá la resurrección” sobrepasa
nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe.
Pero nuestra participación en la Eucarístía nos da ya un anticipo de la
transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo: “Así como el pan que viene de la
tierra, después de haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan
ordinario, sino Eucaristía, constituida por dos cosas una terrena y otra
celestial, así nuestros cuerpos que participan en la Eucaristía ya no son
corruptibles, ya que tienen la esperanza de la resurrección” (S. Ireneo, Adver. haer . 4,18)» ( Catecismo de la Iglesia Católica , n.
1000). Sobre las cualidades del cuerpo ya resucitado (vv. 44-50) habla el
Apóstol carecerán de necesidades, dado que también Cristo, ya resucitado, si
comió fue porque quiso, no porque lo necesitara. Allí no habrá hambre (…), no
desearemos la lluvia pensando en el pan, ni nos asustaremos ante la sequía.
Tampoco habrá temor, ni fatiga, ni dolor, ni corrupción, ni carestía, ni
debilidad, ni cansancio, ni pereza. Ninguna de estas cosas existirá, pero sí el
cuerpo» (S. Agustín, Sermones
242A,3). San Pablo lo llama cuerpo espiritual (v. 44) «no porque se convierta
en espíritu, sino porque está sujeto de tal manera al espíritu, que para que
convenga a la habitación celestial, toda fragilidad e imperfección terrena es cambiada
y convertida en estabilidad celeste» (Id., De
fide et symbolo 6).
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