8º domingo del Tiempo
ordinario – C. 2ª lectura
Y
cuando este cuerpo corruptible se haya revestido de incorruptibilidad, y este
cuerpo mortal se haya revestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la
palabra que está escrita: La muerte ha sido absorbida en la victoria. 55
¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? 56
El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la ley. 57
Pero demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo.
58 Por tanto, amados hermanos míos, manteneos firmes, inconmovibles,
progresando siempre en la obra del Señor, sabiendo que en el Señor vuestro
trabajo no es vano.
Poco antes, San Pablo ha afirmado
que «No todos moriremos, pero todos seremos transformados» (v. 51). Con
lenguaje apocalíptico (sonido de la trompeta, uso de la primera persona del
plural) transmite el Apóstol «un misterio» que a primera vista puede resultar
difícil de compaginar con la universalidad de la muerte. Pero aquí no trata de
la muerte ni del momento concreto de la Parusía, sino de la resurrección.
Afirma que todos — vivos y difuntos, dice hiperbólicamente — experimentarán la
transfiguración de su cuerpo mortal en un cuerpo glorioso (cfr 1 Ts 4,13 - 18).
La imagen de la nueva vestidura (vv. 53-54) indica gráficamente el triunfo
definitivo de la vida sobre la muerte.
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