33º domingo del Tiempo ordinario – B.
Evangelio
24 Pero
en aquellos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá y la
luna no dará su resplandor, 25 y las estrellas caerán del cielo, y
las potestades de los cielos se conmoverán. 26 Entonces verán al
Hijo del Hombre que viene sobre las nubes con gran poder y gloria. 27 Y
entonces enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos desde los cuatro
vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
28 Aprended
de la higuera esta parábola: cuando sus ramas están ya tiernas y brotan las
hojas, sabéis que está cerca el verano. 29 Así también vosotros,
cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que es inminente, que está a las
puertas. 30 En verdad os digo que no pasará esta generación sin que
todo esto se cumpla. 31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis
palabras no pasarán.
32 Pero
nadie sabe de ese día y de esa hora: ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo,
sino el Padre.
Tras el tiempo de la
Iglesia militante, viene el tiempo del Hijo del Hombre
triunfante. El destino del mundo se resume en el momento glorioso en el que
Jesús viene a juzgar al mundo y salvar a sus elegidos (vv. 26-27). Los
sufrimientos de los cristianos son el camino que conduce a la venida gloriosa
del Hijo del Hombre.
En dos ocasiones, y referidas a dos momentos distintos, habló el Señor
de su venida triunfal como Hijo del Hombre. En casa de Caifás, les dijo a los
presentes: «Veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y venir
sobre las nubes» (14,62); aquí, en cambio, habla de un momento más remoto y
dice que al final de la historia, los que vivan entonces, «verán» al Hijo del
Hombre (v. 26). Por tanto, parece que las palabras de Jesús señalan dos
momentos distintos: en casa de Caifás anuncia su resurrección gloriosa, que es
como una señal de su posterior venida triunfante. En ambos casos, la profecía
del Señor evoca al Hijo del Hombre glorioso anunciado por el profeta Daniel (Dn
7,1-28): pueden sucederse los reinados opuestos al pueblo de los santos, pero
al final se rendirán ante Él y le acatarán. Por otra parte, las señales que se
mencionan en los versículos anteriores (vv. 24-25) recuerdan el juicio
vindicativo de Dios sobre Babilonia y Edom (Is 13,10; 34,4); Dios está
preparado para juzgar, para premiar y para castigar. La significación del
pasaje la resumía
San Agustín cuando comentaba la venida en majestad del Hijo
del Hombre: «Veo que esto se puede entender de dos maneras. Puede venir sobre la Iglesia como sobre una
nube, como ahora no cesa de venir, conforme a lo que dijo: Ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha de la virtud
viniendo sobre las nubes del cielo. Pero entonces vendrá con gran poder y
majestad porque en los santos aparecerán más su poder y su majestad divinas,
porque les aumentó la fortaleza para que no sucumbieran en las persecuciones.
Aunque puede entenderse también como que viene en su Cuerpo, en el que está sentado a la derecha del Padre, en
el que murió y resucitó» (Epistolae
199,11,41).
Los versículos finales del discurso (vv. 18-37) resumen cuál debe ser
la actitud de los discípulos del Señor (v. 37): estar en vela, vigilantes (vv.
33.35.37). Lo seguro es que el Señor vendrá. Con la imagen de la higuera (v.
28), el último árbol en dar hojas en el ciclo anual, enseña que es posible que
tarde en llegar más de lo que piensan, pero su venida es segura, tan segura
como el ciclo del árbol. Eso es lo que permite distinguir una frágil espera de
una esperanza segura.
«Nadie sabe de ese día y de esa hora: ni los ángeles en el cielo, ni
el Hijo, sino el Padre» (v. 32). La frase ha sido una de las crux interpretum de los estudiosos de
los evangelios. En el contexto de las palabras de Jesús (vv. 30-33), tiene más
lógica que aislada. Los escritos apocalípticos presentaban nuevas revelaciones
sobre los acontecimientos de la generación presente y el eón o mundo futuro (v.
30). En esa línea argumental, Jesús les dice que no den fe a nuevas
revelaciones (v. 32), sólo sus palabras tienen valor perenne (v. 31), y sus
palabras son únicamente una: velad (v. 33). En estas condiciones, las palabras
de Jesús pueden interpretarse, como hicieron algunos Padres, no como
desconocimiento de Cristo acerca de ese momento, sino como conveniencia de no
manifestarlo, y pueden interpretarse también como desconocimiento de Jesús en
cuanto hombre: «Cuando los discípulos le preguntaron sobre el fin, ciertamente,
conforme al cuerpo carnal, les respondió: Ni
siquiera el Hijo, para dar a entender que, como hombre, tampoco lo sabía.
Es propio del ser humano el ignorarlo. Pero en cuanto que Él era el Verbo, y Él
mismo era el que había de venir, como juez y como esposo, por eso conoció
cuándo y a qué hora había de venir. (...) Pero como se hizo hombre, tuvo hambre
y sed y padeció como los hombres y del mismo modo que los hombres, en cuanto
hombre no conocía, pero en cuanto Dios, en cuanto era el Verbo y la Sabiduría del Padre, no
desconocía nada» (S. Atanasio, Contra
Arianos 3,46).
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