33º domingo del Tiempo ordinario – B. 1ª lectura
Comentario a Daniel 12,1-3
La profecía concluye anunciando la salvación del pueblo de Dios por mediación de Miguel, el ángel protector de Israel. La imagen de los inscritos en el libro expresa quiénes son verdaderamente el pueblo de Dios: aquellos que Él considera tales debido a su fidelidad. No se habla ahora de un reino eterno en la tierra como en 2,44 y 7,14, pero se supone, ya que los que han muerto resucitarán, o bien para participar de él o bien para sufrir el castigo merecido. La nueva situación de unos y otros tendrá carácter definitivo, para la eternidad. La mayor gloria será para quienes hayan conocido y enseñado la Ley, para los maestros, y no tanto para los mártires. El libro de Daniel va más allá que los profetas Isaías y Ezequiel que hablaban simbólicamente del resurgir del pueblo en términos de una resurrección (cfr Is 26,19; Ez 37). En Daniel, como en 2 M 7,14.29, la resurrección se entiende en sentido real: «La resurrección de los muertos fue revelada progresivamente por Dios a su Pueblo. La esperanza en la resurrección corporal de los muertos se impuso como una consecuencia intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre todo entero, alma y cuerpo. El creador del cielo y de la tierra es también Aquel que mantiene fielmente su Alianza con Abraham y su descendencia. En esta doble perspectiva comienza a expresarse la fe en la resurrección» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 992).
Por otro lado Daniel proclama la resurrección no sólo de los mártires, como sucede en 2 Macabeos, sino de todos, pues tal es el sentido del término «muchos». También la Iglesia a la luz de las palabras de Jesús cree que resucitarán «todos los hombres que han muerto: “los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación” (Jn 5,29; cfr Dn 12,2)» (ibidem, n. 998).
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