33º domingo del Tiempo ordinario – B.
2ª lectura
11 Mientras
todo sacerdote se mantiene en pie día tras día para celebrar el culto y ofrecer
muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden borrar los pecados, 12
él, en cambio, ofreció un solo sacrificio por los pecados y se sentó para
siempre a la diestra de Dios, 13 y sólo le queda esperar que sus
enemigos le sean puestos como estrado de sus pies; 14 porque con una
sola oblación hizo perfectos para siempre a los que son santificados. 18 Ahora
bien, donde hay remisión de pecados ya no hay ofrenda por ellos.
El sacrificio de Jesucristo es superior a los sacrificios de la Antigua Ley. Éstos
tenían que reiterarse (cfr vv. 1-4) y no podían borrar los pecados (v. 11). En
cambio, el sacrificio de Cristo en la cruz es único y perfecto «para siempre»
(vv. 12-14). Los que participan de él alcanzan la perfección, es decir, el
perdón de los pecados, la pureza de conciencia y el acceso y la unión con Dios.
En otras palabras, la santidad deriva del sacrificio del Calvario.
Conviene recordar que la
Santa Misa es la renovación de este único sacrificio de
Cristo, pero no reiteración al modo de los antiguos sacrificios: «El sacrificio
de Cristo y el sacrificio de la
Eucaristía son, pues, un
único sacrificio: “Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el
ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a sí misma entonces sobre la cruz;
sólo difiere la manera de ofrecer” (Cc. de Trento: DS 1743)» (Catecismo de la Iglesia Católica ,
n. 1367).
Comentarios