18º domingo del Tiempo ordinario – B. 1ª lectura
2 La comunidad de los hijos de Israel murmuraba contra Moisés y contra Aarón en el desierto. 3 Los hijos de Israel les decían:
Comentario a Éxodo 16,2-4 y 12 -15)
La protesta de los israelitas que suele preceder a los prodigios del desierto (cfr 14,11; 15,24; 17,3; Nm 11,1.4; 14,2; 20,2; 21,4-5) pone de relieve la falta de fe y de esperanza del pueblo elegido, y, en contraste, subraya la fidelidad de Dios que, una y otra vez, socorre sus necesidades aun sin merecerlo. Por otra parte, así como Moisés y Aarón escuchan pacientemente las murmuraciones, del mismo modo Dios siempre está dispuesto a mantener un diálogo con el hombre que peca, unas veces atendiendo sus quejas, otras ofreciéndole la oportunidad de convertirse: «Aunque Dios podría infligir el castigo a los que condena sin decir nada, no lo hace; al contrario, hasta cuando condena, habla con el culpable y le hace hablar, como medio para evitar la condenación» (Orígenes, Homiliae in Ieremiam 1,1).
El maná y las codornices son para el pueblo no sólo alivio para el hambre, sino, sobre todo, una señal de la presencia divina en un triple sentido: el Señor que los sacó de Egipto no los abandona; Él manifiesta la majestad de su gloria dominando sobre las criaturas (cf. Ex 16,7); no los ha sacado para hacerlos morir, sino para que sigan viviendo a pesar de las dificultades.
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