Ir al contenido principal

Por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo (Sb 1,13-15; 2,23-24)

13º domingo del Tiempo ordinario – B. 1ª lectura

13 Dios no hizo la muerte,
ni se goza con la pérdida de los vivientes.
14 Sino que creó todas las cosas para que existieran:
las criaturas del mundo son saludables,
no hay en ellas veneno mortífero,
ni el mundo del Hades reina sobre la tierra:
15 porque la justicia es inmortal.
2,23 Porque Dios creó al hombre para la incorruptibilidad
y lo hizo a imagen de su propia eternidad.
24 Mas por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo,
y la experimentan los que son de su bando.

Comentario a Sabiduría 1,13 - 2,24

La afirmación central es que Dios no es autor de la muerte, sino que la muerte vino como consecuencia del pecado. Desde esta convicción el autor inspirado ve la muerte física como símbolo de la muerte espiritual, la verdadera muerte, que consiste en la separación definitiva de Dios (cfr 3,1-9). Estas palabras se aclaran a la luz de 2,23-24 y desde ellas San Pablo interpreta la muerte como consecuencia del pecado original (cfr Rm 5,12-15). El presente pasaje de Sabiduría permite mirar con optimismo la creación, pues no procede de ella el germen de destrucción, ya que Dios es el autor de la vida y lo que concierne a Dios, la justicia (cfr 1,1-2), no muere.

El error de los impíos es pensar que después de la muerte no hay nada más. Pero este razonamiento va unido a la maldad de sus vidas, al no reconocimiento de los designios divinos y al desprecio de la vida de los justos. Frente a aquéllos, el autor inspirado afirma con fuerza cuál fue el proyecto divino sobre el hombre al crearlo y por qué existe la muerte (vv. 23-24). Pero de nuevo «muerte» tiene aquí, en primer lugar, un sentido abarcante: equivale a la pérdida de la incorruptibilidad que, para el autor del libro, se da más allá de la muerte física. La muerte que entró en el mundo por envidia del diablo, y que experimentan quienes le pertenecen, es quedar reducido a nada; ser sin más «un cadáver deshonroso» (4,19), porque se ha perdido la dimensión incorruptible que viene de Dios. Esta exposición doctrinal supone los relatos del Génesis: el de la creación del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26) y, por tanto, con un principio de inmortalidad; y el relato de la caída original, provocada por el diablo, con la consecuente pérdida de aquella inmortalidad (cfr Gn 3-4). Pero el autor de Sabiduría va más allá: la «inmortalidad» —entendida por él como «incorruptibilidad»— de la persona en su totalidad psico-somática, sólo la pierden quienes obedecen al diablo. A partir de esta interpretación, y a la luz de la Resurrección de Jesucristo, San Pablo enseña que la muerte, tanto física como espiritual, llega a todos los hombres por el pecado de Adán; pero a todos llega también, por Cristo, nuevo Adán, la redención de la muerte.

El diablo, en griego diabolós, significa «acusador, calumniador» y es la traducción ordinaria del hebreo Satán. El re­lato del Génesis no es citado aquí de modo expreso, pero está en el trasfondo ya que ahí se identifica a la serpiente con el enemigo de Dios y del hombre. Los autores del Nuevo Testamento recordarán que el diablo fue homicida desde el principio (cfr Jn 8,44); y el Apocalipsis, al relatar el combate entre ángeles buenos y malos, afirmará: «Fue arrojado aquel gran dragón, la serpiente antigua, llamado Diablo y Satanás, que seduce a todo el universo» (Ap 12,9).

Comentarios

El Gato con Botas ha dicho que…
¿Se opinar sobre si es la muerte material o espiritual la que entra por la envidía del demonio o es dogma de fe?, si Jesucristo experimento la muerte material murió ¿pertenecía entonces al diablo?, en la lectura de San Pablo no está tan claro que sean ambas muertes, San Juan habla de dos muertes. Hay muchas razones para discutir el tema. Gracias

Entradas más visitadas de este blog

Himno a la caridad (1 Co 12,31—13,13)

4º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura 12,31 Aspirad a los carismas mejores. Sin embargo, todavía os voy a mostrar un camino más excelente. 13,1 Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, sería como el bronce que resuena o un golpear de platillos. 2 Y aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, no sería nada. 3 Y aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no tengo caridad, de nada me aprovecharía. 4 La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, 5 no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, 6 no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; 7 todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 8 La caridad n...

Lo reconocieron al partir el pan (Lc 24,13-35)

Domingo 3º de Pascua – A. Evangelio 13 Ese mismo día, dos de ellos se dirigían a una aldea llamada Emaús, que distaba de Jerusalén sesenta estadios. 14 Iban conversando entre sí de todo lo que había acontecido. 15 Y mientras comentaban y discutían, el propio Jesús se acercó y se puso a caminar con ellos, 16 aunque sus ojos eran incapaces de reconocerle. 17 Y les dijo: —¿De qué veníais hablando entre vosotros por el camino? Y se detuvieron entristecidos. 18 Uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: —¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días? 19 Él les dijo: —¿Qué ha pasado? Y le contestaron: —Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y ante todo el pueblo: 20 cómo los príncipes de los sacerdotes y nuestros magistrados lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. 21 Sin embargo nosotros esperábamos que él sería quien redimiera a Israel. Pero con todo, es...

Pondré la llave de la casa de David sobre su hombro (Is 22,19-23)

21º domingo del Tiempo ordinario – A . 1ª lectura Así dice el Señor a Sebná, mayordomo de palacio: 19 Te depondré de tu cargo, te derrocaré de tu puesto. 20 Aquel día llamaré a mi siervo Eliaquim, hijo de Jilquías. 21 Lo revestiré con tu túnica, le ceñiré con tu cinturón, pondré en su mano tu poder, y será un padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá. 22 Pondré la llave de la casa de David sobre su hombro: abrirá y no habrá quien cierre, cerrará y no habrá quien abra. 23 Lo hincaré como clavo en sitio firme, y será un trono de gloria para la casa de su padre. Sebná era un importante funcionario de la corte real, que es también mencionado en otros textos (Is 36,3.11.22; 37,2 y 2 R 18,26.37; 19,2). Quizá fue un extranjero que, después de gozar de gran predicamento en el palacio de Ezequías, fue desplazado y sustituido por Eliaquim. Isaías le reprocha a Sebná su afán de ostentación (v. 16) y le anuncia su destitución (vv. 17-19.2...