Comentario a Ezequiel 17,22-24
Lo peculiar de esta imagen del cedro que describe la restauración final es la insistencia en la acción de Dios mediante la repetición explícita del pronombre de primera persona «Yo» («Yo voy a llevarme…», «Yo, el Señor, he humillado.. », «Yo, el Señor, lo digo…»). Tras los desastres del destierro de Babilonia, descritos en los versículos anteriores, el Señor interviene directamente para devolver la esperanza de salvación.
El «renuevo» de las ramas del cedro (v. 22) alude al retoño del árbol de David (cfr Is 11,1) y simboliza la instauración del reino mesiánico.
Las palabras del v. 23 evocan el relato del diluvio. Allí se dice que «todos los pájaros y seres alados» entraron en el arca (Gn 7,14), indicando así que la salvación alcanzó a todas las especies. En el poema del cedro enseñan que el reino mesiánico, el nuevo Israel, es universal y todas las naciones participarán de la salvación traída por el Mesías. No es extraño por eso que nuestro Señor Jesucristo utilizara una imagen semejante para describir el Reino de Dios: el reino es como un grano de mostaza que crece y que «llega a hacerse como un árbol, hasta el punto de que los pájaros del cielo acuden a anidar en sus ramas» (Mt 13,32).
«Yo, el Señor, he humillado al árbol elevado» (v. 24). El Señor, una vez más, es el protagonista de la historia del pueblo. Él es el autor de la vida, que da vigor a lo que está seco, y de la muerte, haciendo que lo más lozano perezca. Él se muestra inflexible ante los arrogantes que no le aceptan (cfr 31,10-14). El Nuevo Testamento repetirá de mil maneras el valor de la humildad: «El que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado» (Mt 23,12).
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