5º domingo del Tiempo ordinario – B. 1ª lectura
Comentario a Job 7,1-7
Consciente de que su caso particular no es una excepción de la condición de hombre, Job aplica las afirmaciones generales (vv. 1-2) a su situación concreta (7,3-10).
Las imágenes de la milicia y del asalariado son muy gráficas para expresar las penalidades que sufre el hombre durante su vida entera. Reflejan la enseñanza bíblica sobre la dramática situación en la que se encuentra el mundo como consecuencia del pecado original y de los pecados personales. Esta situación «hace de la vida del hombre un combate: “A través de toda la historia del hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día, según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo” (GS 37,2)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 409). Nadie puede verse libre de este combate. Sin embargo, como muestra la experiencia, no todos luchan de la misma forma.
«La vida del hombre sobre la tierra es milicia, y sus días transcurren con el peso del trabajo. Nadie escapa a ese imperativo; tampoco los comodones que se resisten a enterarse: desertan de las filas de Cristo, y se afanan en otras contiendas para satisfacer su poltronería, su vanidad, sus ambiciones mezquinas; andan esclavos de sus caprichos.
»Si la situación de lucha es connatural a la criatura humana, procuremos cumplir nuestras obligaciones con tenacidad, rezando y trabajando con buena voluntad, con rectitud de intención, con la mirada puesta en lo que Dios quiere. Así se colmarán nuestras ansias de Amor, y progresaremos en la marcha hacia la santidad, aunque al terminar la jornada comprobemos que todavía nos queda por recorrer mucha distancia» (S. Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n. 217).
En la súplica que comienza con la solemne fórmula —«recuerda»— (v.7), Job arguye que si su fin va a ser la muerte, no tiene sentido su dolor; se muestra aún obsesionado con la muerte como meta y fin de las angustias de la vida (cfr 3,11-19; 10,20-22; 14,1-22). Refleja una mentalidad que corresponde a un momento en el que todavía no estaba clara de la doctrina de la resurrección después de esta vida. Sin embargo, estas expresiones tampoco pueden entenderse como negación de la vida futura; únicamente evidencian la ansiedad del protagonista que, agobiado por el sufrimiento, desea que termine cuanto antes. «Estas palabras fueron pronunciadas por Job para confirmar la fragilidad de la vida; y, sobre todo, para enseñar que quien ha muerto ya no regresa a esta vida corruptible ni vuelve a sus funciones ordinarias» (Dídimo el Ciego, In Iob, ad locum).
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