4º domingo del Tiempo ordinario – B. 2ª lectura
32 Os quiero libres de preocupaciones. El que no está casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor; 33 el casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer, 34 y está dividido. La mujer no casada y la virgen se preocupan de las cosas del Señor, para ser santas en el cuerpo y en el espíritu; la casada, sin embargo, se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido. 35 Os digo esto sólo para vuestro provecho, no para tenderos un lazo, sino en atención a lo que es más noble y al trato con el Señor, sin otras distracciones.
Comentario a 1 Corintios 7,32-35
La excelencia de la virginidad —tanto de mujeres como de hombres— se fundamenta en el amor de Dios, al cual puede dedicarse el célibe con una exclusividad que no se da en la persona casada. «La respuesta a la vocación divina es una respuesta de amor al amor que Cristo nos ha demostrado de manera sublime (Jn 15,13; 3,16) (...). La gracia multiplica con fuerza divina las exigencias del amor, que, cuando es auténtico, es total, exclusivo, estable y perenne, estímulo irresistible para todos los heroísmos. Por eso la elección del sagrado celibato ha sido considerada siempre en la Iglesia “como señal y estímulo de la caridad” (Lumen gentium, n. 42); señal de un amor sin reservas, estímulo de una caridad abierta a todos» (Pablo VI, Sacerdotalis caelibatus, n. 24).
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