Ir al contenido principal

Curó a muchos enfermos (Mc 1,29-39)

5º domingo del Tiempo ordinario – B. Evangelio

29 En cuanto salieron de la sinagoga, fueron a la casa de Simón y de Andrés, con Santiago y Juan. 30 La suegra de Simón estaba acostada con fiebre, y enseguida le hablaron de ella. 31 Se acercó, la tomó de la mano y la levantó; le desapareció la fiebre y ella se puso a servirles.
32 Al atardecer, cuando se había puesto el sol, comenzaron a llevarle a todos los enfermos y a los endemoniados. 33 Y toda la ciudad se agolpaba en la puerta. 34 Y curó a muchos que padecían diversas enfermedades y expulsó a muchos demonios, y no les permitía hablar porque sabían quién era.
35 De madrugada, todavía muy oscuro, se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, y allí hacía oración. 36 Salió a buscarle Simón y los que estaban con él, 37 y cuando lo encontraron le dijeron:
—Todos te buscan.
38 Y les dijo:
—Vámonos a otra parte, a las aldeas vecinas, para que predique también allí, porque para esto he venido.
39 Y pasó por toda Galilea predicando en sus sinagogas y expulsando a los demonios.

Comentario a Marcos 1,29-39

El poder de Jesús se manifiesta ahora sobre la enfermedad. Como en otras ocasiones (cfr 5,41; 9,27), Marcos recuerda que el Señor para curar a la mujer «la tomó de la mano y la levantó»: «Él es un médico egregio, el verdadero médico por excelencia. Médico fue Moisés, médico Isaías, médicos todos los santos, pero sólo Él es el médico por excelencia (...) Él mismo, que es médico y medicina al mismo tiempo. La toca Jesús y huye la fiebre. Que toque también nuestra mano para que sean purificadas nuestras obras, que entre en nuestra casa: levantémonos del lecho, no permanezcamos tumbados» (S. Jerónimo, Commentarium in Marcum 2).

Un breve resumen de la actividad de Jesús (vv. 32-34) recuerda que sus actos de poder no eran acciones puntuales: «De ninguno de los antiguos se lee que haya curado tantas deformidades, tantas enfermedades y tantas torturas humanas con un poder nunca semejante» (S. Agustín, In Ioannis Evangelium 91,3). Al final del pasaje (v. 34) se recoge la pro­hibición a los demonios de divulgar su identidad. Esta prohibición se repite, co­mo un estribillo, en los primeros pasos de la actividad de Cristo: así, ordena silencio a los discípulos (8,30; 9,9), a los enfermos que cura (1,44; 5,43; 7,36; 8,26), y también a los demonios, que le reconocen (1,24-25.34; 3,12), pero de los que no acepta el testimonio. Cabe pensar, con algunos Santos Padres, que Jesús no quiere aceptar en favor de la verdad el testimonio de aquel que es el padre de la mentira (cfr Jn 8,44). El mandato de silencio a los discípulos puede explicarse como pedagogía divina, para purificar la idea del Mesías que tenían la mayoría de sus contemporá­neos: Jesús quiere que se entienda a la luz de la cruz.

Tras una jornada agotadora, el Señor se levanta muy temprano (cfr v. 35) para orar. Son muchos los lugares en los que el Nuevo Testamento refiere la oración de Jesús, mostrando así el modelo de conducta para el cristiano. San Marcos presenta explícitamente la oración de Jesucristo «a solas» en tres momentos solemnes: aquí, al comienzo de su ministerio público (v. 35), en el centro de su actividad (6,46) y, al final, en Getsemaní (14,32). «Al emprender cada jornada para trabajar junto a Cristo, y atender a tantas almas que le buscan, convéncete de que no hay más que un camino: acudir al Señor. —¡Solamente en la oración, y con la oración, aprendemos a servir a los demás!» (S. Josemaría Escrivá, Forja, n. 72).

El trato con Jesús ha cautivado a todos. Pedro y los demás parece que quieren retenerle allí (vv. 36-37). Pero Jesucristo vive para su misión (v. 38): predicar y evangelizar, porque para esto ha sido enviado (cfr Lc 4,43). Los discípulos son también invitados a acompañar a Jesús como después serán enviados a predicar (3,14; 16,15). La predicación es el medio elegido por Dios para llevar a cabo la salvación (1 Co 1,21; 2 Tm 4,1-2), ya que la fe nos viene por el oído (Rm 10,17; cfr Is 53,1). Jesús hace y enseña (Hch 1,1): su predicación no consiste sólo en palabras sino que es una doctrina acompañada con la autoridad y eficacia de unos hechos. También la Iglesia ha sido enviada a predicar la salvación, y a realizar la obra salvífica que proclama. Esta obra la ejerce mediante los sacramentos y, especialmente, a través de la renovación del sacrificio del Calvario en la Santa Misa (cfr Conc. Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 6).

Comentarios

Entradas más visitadas de este blog

Himno a la caridad (1 Co 12,31—13,13)

4º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura 12,31 Aspirad a los carismas mejores. Sin embargo, todavía os voy a mostrar un camino más excelente. 13,1 Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, sería como el bronce que resuena o un golpear de platillos. 2 Y aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, no sería nada. 3 Y aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no tengo caridad, de nada me aprovecharía. 4 La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, 5 no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, 6 no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; 7 todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 8 La caridad n...

Cristo me amó y se entregó por mí (Ga 2,16.19-21)

11º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura 16 Sabemos que el hombre no es justificado por las obras de la Ley , sino por medio de la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la Ley , ya que por las obras de la Ley ningún hombre será justificado. 19 Porque yo por la Ley he muerto a la Ley , a fin de vivir para Dios. Con Cristo estoy crucificado: 20 vivo, pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y la vida que vivo ahora en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí. 21 No anulo la gracia de Dios; pues si la justicia viene por medio de la Ley , entonces Cristo murió por nada. Es comprensible que los fieles de Jerusalén, crecidos en la religión israelita, siguieran las costumbres judías, pero San Pablo se da cuenta del peligro de fondo que entrañaba aferrarse a esas prácticas, y por eso proclama la novedad de la fe cristiana: sólo la adh...

Pasión de Jesucristo, según San Juan (Jn 18,1–19,42)

Viernes Santo – Evangelio 19,25 Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. 26 Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre: —Mujer, aquí tienes a tu hijo. 27 Después le dice al discípulo: —Aquí tienes a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa. 28 Después de esto, como Jesús sabía que todo estaba ya consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: —Tengo sed. 29 Había por allí un vaso lleno de vinagre. Sujetaron una esponja empapada en el vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. 30 Jesús, cuando probó el vinagre, dijo: —Todo está consumado. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Comentario a Juan 18,1 - 19,42 El Evangel...