33º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio 5 Como algunos le hablaban del Templo , que estaba adornado con bellas piedras y ofrendas votivas , dijo: 6 —Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida. 7 Le preguntaron: —Maestro, ¿cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de que están a punto de suceder? 8 Él dijo: —Mirad, no os dejéis engañar; porque vendrán en mi nombre muchos diciendo: «Yo soy», y «el momento está próximo». No les sigáis. 9 Cuando oigáis hablar de guerras y de revoluciones, no os aterréis, porque es necesario que sucedan primero estas cosas. Pero el fin no es inmediato. 10 Entonces les decía: —Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino; 11 habrá grandes terremotos y hambre y peste en diversos lugares; habrá cosas aterradoras y grandes señales en el cielo. 12 Pero antes de todas estas cosas os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reye...
13 Al oírlo Jesús se alejó de allí en una barca hacia un lugar apartado él solo. Cuando la gente se enteró le siguió a pie desde las ciudades. 14 Al desembarcar vio una gran muchedumbre y se llenó de compasión por ella y curó a los enfermos. 15 Al atardecer se acercaron sus discípulos y le dijeron:
—Éste es un lugar apartado y ya ha pasado la hora; despide a la gente para que vayan a las aldeas a comprarse alimentos.
16 Pero Jesús les dijo:
—No hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer.
17 Ellos le respondieron:
—Aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.
18 Él les dijo:
—Traédmelos aquí.
19 Entonces mandó a la gente que se acomodara en la hierba. Tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. 20 Comieron todos hasta que quedaron satisfechos, y de los trozos que sobraron recogieron doce cestos llenos. 21 Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
Con la multiplicación de los panes el Señor indica simbólicamente la formación del nuevo Pueblo de Dios. San Mateo se fija especialmente en los sentimientos del corazón del Señor ante las necesidades de los hombres. Por eso, además del milagro de la multiplicación, recuerda la curación de los enfermos (v. 14).
El relato, en el conjunto de las acciones de Jesús, muestra que Él no está sólo satisfaciendo la necesidad corporal de las muchedumbres, sino que con sus gestos —que son muy semejantes a los de la institución de la Eucaristía (v. 19; cfr 26,26)— anuncia el banquete mesiánico en el que Él es el anfitrión. Por eso, en la tradición cristiana el milagro ha sido interpretado como una figura anticipada de la Sagrada Eucaristía.
Jesús, para realizar este gran milagro, busca la libre cooperación de los hombres, y quiere, de sus discípulos, que aporten los panes y los peces, y que los distribuyan a la muchedumbre. Algo semejante ocurre en la Iglesia donde el Señor se nos ofrece en el banquete eucarístico a través de sus ministros.

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