28 Sabemos que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, de los que son llamados según su designio. 29 Porque a los que de antemano eligió también predestinó para que lleguen a ser conformes a la imagen de su Hijo, a fin de que él sea primogénito entre muchos hermanos. 30 Y a los que predestinó también los llamó, y a los que llamó también los justificó, y a los que justificó también los glorificó.
Nada del porvenir es dejado por Dios al acaso. Elección, predestinación, llamamiento, justificación y glorificación forman parte de su designio salvador: «Todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios» (v. 28). El sentido de la filiación divina nos hace descubrir que los acontecimientos de nuestra vida están dirigidos por la amable Voluntad de Dios y nos llena de esperanza y paz.
Las palabras inspiradas del Apóstol son punto de apoyo del sentido de filiación divina en la vida y en la catequesis de San Josemaría Escrivá, quien enseñó a vivirlo a millares de personas: «Es preciso convencerse de que Dios esta junto a nosotros de continuo. —Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también esta siempre a nuestro lado. —Y está como un Padre amoroso —a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos—, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando. (...) Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que esta junto a nosotros y en los cielos» (Camino, n. 267). «La filiación divina llena toda nuestra vida espiritual, porque nos enseña a tratar, a conocer, a amar a nuestro Padre del Cielo, y así colma de esperanza nuestra lucha interior, y nos da la sencillez confiada de los hijos pequeños. Más aún: precisamente porque somos hijos de Dios, esa realidad nos lleva también a contemplar con amor y con admiración todas las cosas que han salido de las manos de Dios Padre Creador. Y de este modo somos contemplativos en medio del mundo, amando al mundo» (Es Cristo que pasa, n. 65). «Parece que el mundo se te viene encima. A tu alrededor no se vislumbra una salida. Imposible, esta vez, superar las dificultades. —Pero, ¿me has vuelto a olvidar que Dios es tu Padre?: omnipotente, infinitamente sabio, misericordioso (...). Eso que te preocupa, te conviene, aunque los ojos tuyos de carne estén ahora ciegos. —Omnia in bonum!» (Via Crucis 9,4).
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