9 Regocíjate, hija de Sión,
grita de júbilo, hija de Jerusalén,
mira, tu rey viene hacia ti,
es justo y salvador,
montado sobre un asno,
sobre un borrico, cría de asna.
10 Destrozará los carros de Efraím,
los caballos de Jerusalén;
serán rotos los arcos de guerra,
anunciará la paz a las naciones
y su dominio se extenderá de mar a mar
y desde el Río hasta los confines de la tierra.
El profeta habla ahora directamente a Jerusalén («hija de Sión») y a sus habitantes («hija de Jerusalén») como representantes de todo el pueblo elegido. La invitación a regocijarse y cantar de júbilo es frecuente en el Antiguo Testamento para celebrar la llegada de los tiempos mesiánicos (cfr Is 12,6; 54,1; So 3,14); aquí porque llega a Jerusalén su rey. Aunque no se dice expresamente, se entiende que es el descendiente de David, haciéndose eco de 2 S 7,12-16; Is 7,14. Este rey se distingue por lo que es y por lo que hace. El término «justo» (sadiq) indica que cumple perfectamente la voluntad de Dios, y el término «victorioso» que goza de la protección y salvación divinas. Los Setenta y la Vulgata entendieron sin embargo que él era el salvador. Es además «humilde», es decir, que no se exalta a sí mismo ni ante Dios ni ante los hombres. Su carácter pacífico se manifiesta en que no monta a caballo con manifestación de poder, como los reyes de tiempos del autor sagrado, sino en un borrico, como los antiguos príncipes (cfr Gn 49,11; Jc 5,10; 10,4; 12,14). Hará desaparecer las armas de guerra en Samaría y Judea (cfr Is 2,4.7; Mi 5,9), que serán un solo pueblo; además establecerá la paz en las naciones (v. 10). Los rasgos de este rey son semejantes a los del «siervo del Señor» del que hablaba Isaías (cfr Is 53,11) y a los del pueblo humilde aceptado por Dios (cfr So 2,3; 3,12).
Nuestro Señor Jesucristo cumplió esta profecía cuando entró en Jerusalén antes de la Pascua y fue aclamado por la multitud como el Mesías, el Hijo de David (cfr Mt 21,1-5; Jn 12,14). «El “Rey de la Gloria ” (Sal 24,7-10) entra en su ciudad “montado en un asno” (Za 9,9): no conquista a la hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad que da testimonio de la Verdad (cfr Jn 18,37)» (Catecismo de la Iglesia Católica , n. 559).
En sentido alegórico, Clemente de Alejandría entiende la referencia al joven pollino del v. 9 como una alusión a los hombres no sujetos al mal: «No era suficiente decir sólo “pollino”, sino que ha añadido “joven”, para destacar la juventud de la humanidad en Cristo, su eterna juventud en la sencillez. Nuestro divino domador nos cría como a jóvenes potros que somos nosotros, los pequeños» (Paedagogus 1,15,1).
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