2º domingo del Tiempo ordinario - A. 2ª lectura
1 Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, 2 a la Iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, y a todos los que invocan en todo lugar el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor suyo y nuestro: 3 gracia y paz a vosotros de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.
La presentación que el Apóstol hace de sí mismo (vv. 1-2) contiene su nombre y tres rasgos que muestran su dignidad: la llamada divina, el oficio de apóstol de Jesucristo y el querer de Dios, como fundamento de su misión. San Pablo es «llamado», porque es consciente de que Cristo cambió su vida desde que se encontró con Él en el camino a Damasco (cfr Hch 9,1-9; Rm 1,1). Con el título «apóstol de Cristo Jesús» expresa su misión y prueba la autoridad con que Pablo alaba, enseña, amonesta o corrige de palabra o por escrito. El nombre de Cristo Jesús se repite hasta nueve veces en los primeros nueve versículos, indicando que Él es el centro de la vida cristiana y de la de los corintios. «Por voluntad de Dios» confirma la autoridad de su ministerio.
«Sóstenes». Por la forma de mencionarlo parece que debía de ser alguien bien conocido de los corintios, quizá porque acompañase frecuentemente a San Pablo. Pudo haber sido quien escribió materialmente la carta (cfr 16,21). No hay pruebas suficientes para indentificarlo con el jefe de la sinagoga de Corinto (cfr Hch 18,17).
«La Iglesia de Dios que está en Corinto» es la destinataria inmediata de la carta. La misma construcción gramatical pone de manifiesto que la Iglesia universal no es el conjunto o suma de las comunidades locales, sino que cada comunidad local, aquí la de Corinto, representa a toda la Iglesia, una e indivisible: «La llama el Apóstol Iglesia de Dios para designar que la unidad es el carácter esencial y necesario. La Iglesia de Dios es una en los miembros y no forma más que una sola Iglesia con todas las comunidades extendidas en el universo, porque la palabra Iglesia no es la designación del cisma, sino de la unidad, de la armonía, de la concordia» (S. Juan Crisóstomo, In 1 Corinthios, 1, ad loc.).
«Los santificados en Cristo Jesús» (v. 2). La fórmula «en Cristo Jesús», repetida hasta 65 veces en el epistolario paulino, significa aquí que es en Cristo en quien los bautizados están enraizados como los sarmientos en la vid (cfr Jn 15,1ss.); este vínculo nos hace santos, es decir, partícipes de la santidad divina y llamados a un comportamiento moral perfecto: «Llámanse santos los fieles que se han constituido en pueblo de Dios, o que se han consagrado a Cristo al recibir la fe y el bautismo; a pesar de ofenderle en muchas cosas y de no cumplir lo que prometieron; a la manera que también los que profesan un arte, aunque no guarden sus reglas, conservan, sin embargo, el nombre de artistas. En virtud de esto, llama San Pablo santificados y santos a los de Corinto, entre los cuales es evidente que hubo algunos a quienes reprende duramente por deshonestos, y con epítetos aún más graves» (Catechismus Romanus 1,10,15).
El Apóstol modifica la fórmula epistolar de saludo habitual en el mundo grecorromano (chairein, «saludos») por una más personal y de más fuerza cristiana: «Gracia y paz» (v. 3). «No hay verdadera paz, como no hay verdadera gracia, sino las que vienen de Dios —enseña San Juan Crisóstomo—. Poseed esta paz divina y no tendréis nada que temer, aunque fuerais amenazados por los mayores peligros, ya sea por los hombres, ya sea incluso por los mismos demonios. Al contrario, para el hombre que está en guerra con Dios por el pecado, mirad cómo todo le da miedo» (In 1 Corinthios 1, ad loc.).
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