7 ¿[El ayuno que yo prefiero] no es compartir tu pan con el hambriento,
e invitar a tu casa a los pobres sin asilo?
Al que veas desnudo, cúbrelo
y no te escondas de quien es carne tuya.
8 Entonces tu luz despuntará como la aurora,
y tu curación aparecerá al instante,
tu justicia te precederá
y la gloria del Señor cerrará tu marcha.
9 Entonces clamarás, y el Señor te responderá,
pedirás socorro, y Él te dirá: «Aquí estoy».
Si apartas de en medio de ti el yugo,
el señalar con el dedo,
y la maledicencia,
10 y ofreces tu propio sustento al hambriento,
y sacias el alma afligida,
entonces tu luz despuntará en las tinieblas
y tu oscuridad será como el mediodía.
Estas palabras son parte de una denuncia profética: se condena con severidad y crudeza el delito, que en este caso se trata del formalismo en la práctica del ayuno (vv. 1-7), pero se termina con palabras de aliento y consuelo (vv. 8-14) y no con la condena que cabría esperar. El Señor no tolera la hipocresía de una religiosidad meramente externa, que no se refleja en promover y respetar la justicia en la vida ordinaria y la preocupación por los más necesitados. Quienes actúan así están muy lejos de haber conocido a Dios.
Dios no acoge el ayuno, la piedad hipócrita que se hace compatible con toda suerte de injusticias (vv. 4-7); por el contrario, el Señor atenderá generosamente los ruegos cuando vayan acompañados de obras de justicia y caridad (vv. 8-14).
Las obras de misericordia recomendadas en este oráculo resuenan en el discurso de Jesús sobre el juicio final recogido en el primer evangelio (cf. Mt 25,35-45). La espiritualidad cristiana ha insistido siempre en el amor al prójimo y en el ejercicio efectivo de las obras de misericordia como demostración cierta del amor a Dios y de la verdadera religión, pues «las obras de misericordia son la prueba de la verdadera santidad» (Rabano Mauro, recogido por Santo Tomás de Aquino en la Catena Aurea ). San León Magno, por su parte, enseñaba: «Que cada uno de los fieles se examine, pues, a sí mismo, esforzándose en discernir sus más íntimos afectos; y, si descubre en su conciencia frutos de caridad, tenga por cierto que Dios esta en él y procure hacerse más y más capaz de tan gran huésped, perseverando con más generosidad en las obras de misericordia (Sermones 48,3).
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