30º domingo del Tiempo
ordinario – C. 2ª lectura
6 Yo
estoy a punto de derramar mi sangre en sacrificio, y el momento de mi partida
es inminente. 7 He peleado el noble combate, he alcanzado la meta,
he guardado la fe. 8 Por lo demás, me está reservada la merecida
corona que el Señor, el Justo Juez, me entregará aquel día; y no sólo a mí,
sino también a todos los que han deseado con amor su venida.
16 Nadie
me apoyó en mi primera defensa, sino que todos me abandonaron: ¡que no les sea
tenido en cuenta! 17 Pero el Señor me asistió y me fortaleció para
que, por medio de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los
gentiles. Y fui librado de la boca del león. 18 El Señor me librará
de toda obra mala y me salvará para su reino celestial. A Él la gloria por los
siglos de los siglos. Amén.
Al considerar la proximidad del final
de su vida, Pablo manifiesta que la muerte es una ofrenda a Dios, semejante a
las libaciones que se hacían sobre los sacrificios. Presenta la existencia
cristiana como un deporte sobrenatural, como una competición contemplada y
juzgada por Dios mismo. La visión esperanzada de la vida eterna no está
reservada al Apóstol, sino que se extiende a todos los fieles cristianos:
«Nosotros que conocemos los gozos eternos de la patria celestial, debemos
darnos prisa para acercarnos a ella» (S. Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia 1,3).
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