28º domingo del Tiempo
ordinario – C. 2ª lectura
8 Acuérdate
de Jesucristo resucitado de entre los muertos, descendiente de David, como
predico en mi evangelio, 9 por el que estoy sufriendo hasta verme
entre cadenas como un malhechor: ¡pero la palabra de Dios no está encadenada! 10
Por eso, todo lo soporto por los elegidos, para que también ellos
alcancen la salvación, que está en Cristo Jesús, junto con la gloria eterna.
11 Podéis
estar seguros:
Si morimos con él, también viviremos
con él;
12
si perseveramos, también reinaremos
con él;
si lo negamos, también él nos negará;
13
si no somos fieles, él permanece fiel,
pues no puede negarse a sí mismo.
Los padecimientos de Pablo,
encarcelado por predicar el Evangelio, son un título de gloria, pues en el
martirio el discípulo se asemeja al Maestro. Por los méritos de Cristo se
alcanza la salvación. Además, ninguna dificultad externa es obstáculo
infranqueable para la difusión del Evangelio: «¡La palabra de Dios no está encadenada!»
(v. 9). «Así como no es posible atar un rayo de luz ni encerrarlo en el hogar,
del mismo modo tampoco se puede hacer eso con la predicación de la palabra del
Evangelio. Y lo que es mucho más: el maestro estaba en cadenas y la palabra
andaba volando libre; aquél habitaba en la cárcel mientras que su doctrina,
como con alas, discurría por todas las partes del orbe de la tierra» (S. Juan
Crisóstomo, Ad populum Antiochenum
16,12).
El himno de los vv. 11-13 constituye
un acicate para mantenerse fieles en circunstancias adversas, que pueden
culminar en el martirio. Refleja la íntima unión del bautizado con Cristo
muerto y resucitado, y es un canto a la perseverancia cristiana fundamentada
en la fidelidad eterna del Señor, que siempre es fiel «pues no puede negarse a
sí mismo» (v. 13). San Agustín explica que esa imposibilidad no es una
limitación a la omnipotencia divina: «Lo único que no puede el omnipotente es
lo que no quiere. (...) Es imposible que la justicia quiera hacer lo que es
injusto, o que la sabiduría quiera lo que es necio, o la verdad lo que es
falso» (Sermones 214,4).
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