26º domingo del Tiempo ordinario – B.
2ª lectura
1 Atended
ahora los ricos: llorad a gritos por las desgracias que os van a sobrevenir. 2
Vuestra riqueza está podrida, y vuestros vestidos consumidos por la
polilla; 3 vuestro oro y vuestra plata están enmohecidos, y su moho
servirá de testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como si fuera fuego.
Habéis atesorado para los últimos días. 4 Mirad: el salario que
habéis defraudado a los obreros que segaron vuestros campos, está clamando; y
los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos.
5 Habéis vivido lujosamente en la tierra, entregados a los placeres,
y habéis cebado vuestros corazones para el día de la matanza. 6 Habéis
condenado y habéis dado muerte al justo, sin que él os ofreciera resistencia.
Santiago, con un tono que recuerda a los profetas (cfr p. ej. Is 3,13-26;
Am 6,1 ss.; Mi 2,1 ss.), reprueba a los ricos su soberbia, vanidad y avaricia,
su entrega a los placeres, al tiempo que les advierte la proximidad del Juicio
de Dios. La descripción de la vida de esos ricos trae a la memoria la parábola
del rico Epulón (cfr Lc 16,19ss.). Ha sido una constante doctrina de la Iglesia el deber de
eliminar las injustas desigualdades entre los hombres, recriminadas con
frecuencia en la Sagrada Escritura.
Quienes poseen bienes materiales en abundancia han de
utilizarlos en servicio de los demás hombres. A este respecto, la Iglesia enseña que «tienen
la obligación moral de no mantener capitales improductivos y, en las
inversiones, mirar ante todo el bien común (...). El derecho a la propiedad
privada no es concebible sin unos deberes con miras al bien común. Está
subordinado al principio superior del destino universal de los bienes» (Cong.
Doctrina de la Fe ,
Libertatis conscientia, n. 87).
«Habéis atesorado para los últimos días» (v. 3). Se refiere al día del
juicio, lo mismo que «el día de la matanza» del v. 5 (cfr p. ej. Is 34,6; Jr
12,3; 25,34).
El fraude del salario (v. 4) estaba ya condenado en el Antiguo
Testamento (cfr p. ej. Lv 19,13; Dt 24,14-15; Ml 3,5). Es uno de los pecados
que «claman al cielo», porque están como exigiendo con urgencia un castigo
ejemplar; lo mismo afirma la
Escritura del homicidio (Gn 4,10), la sodomía (Gn 18,20-21) y
la opresión de las viudas y huérfanos (Ex 22,21-23).
San Beda entiende que «el justo» (v. 6) es Jesús (cfr In Epistolam Iacobi, ad loc.), que es el justo por excelencia
(cfr p. ej. Hch 3,14; 7,52). Se enseña así que en los más necesitados ha de
verse al propio Jesucristo (cfr Mt 25, 31-45).
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