27º domingo del Tiempo ordinario – B. 2ª lectura
Comentario a Hebreos 2,9-11
Se aplican a Cristo las palabras del Sal 8, que canta la grandeza de Dios y la dignidad del hombre, ya que Cristo es la perfección de la humanidad, el hombre perfecto, que con su obediencia y humildad, su pasión y muerte fue hecho inferior a los ángeles, pero mereció por ello ser coronado de gloria y honor (cfr Flp 2,6-11; 1 P 2,21-25). Así, por sus padecimientos (v. 9), Cristo es el Señor, y todo, hasta la misma muerte (cfr 1 Co 15,22-28), le ha sido sometido.
El pasaje es uno de los más bellos textos sobre la Encarnación. Para llevar a cabo la salvación de los hombres, Jesucristo debía poseer, como ellos, una naturaleza humana. Dios Padre «ha perfeccionado» (cfr v. 10) a su Hijo en cuanto que al hacerse hombre y, por tanto, poder sufrir y morir, posee la capacidad absoluta para ser el representante de sus «hermanos» los hombres (v. 11). «Participó del alimento como nosotros —escribe Teodoreto de Ciro—, y soportó el trabajo; conoció la tristeza en su alma y lloró, y padeció la muerte» (Interpretatio ad Hebraeos, ad loc.).
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