19º domingo del Tiempo ordinario – B. Evangelio
41 Los judíos, entonces, comenzaron a murmurar de él por haber dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo». 42 Y decían:
Comentario a Juan 6,41-51
En esta primera parte del discurso, Jesús se presenta como el Pan de Vida. Sus palabras se refieren: 1) a la fe en Él; la fe es «ir hacia Jesús» (vv. 35. 37.44.45) aceptando sus signos (milagros) y sus palabras; y 2) a la resurrección de los creyentes (vv. 39.40.44.47), que se inicia en esta vida por la fe y se cumplirá plenamente al final de los tiempos.
Al decir Jesús que «serán todos enseñados por Dios» (v. 45), evoca a Is 54,13 y Jr 31,31-34, donde ambos profetas se refieren a la futura Alianza que establecerá Dios con su pueblo cuando llegue el Mesías, con cuya sangre quedará sellada para siempre, y que Dios escribirá en sus corazones.
El v. 42 menciona a San José por segunda y última vez en el evangelio, dejando constancia de la opinión común, aunque equivocada, de los que conocían a Jesús y le consideraban hijo de José el artesano (cfr 1,45; Mt 13,55; Lc 3,23; 4,22). El Señor, concebido por obra del Espíritu Santo en el seno virginal de María, sólo tiene como Padre al mismo Dios (cfr 5,18). Sin embargo, San José hizo las veces de padre de Jesús en la tierra, según los planes divinos (cfr notas a Mt 1,1-25): «A José no sólo se le debe el nombre de padre, sino que se le debe más que a otro alguno. ¿Cómo era padre? Tanto más profundamente padre cuanto más casta fue su paternidad. Algunos pensaban que era padre de Nuestro Señor Jesucristo de la misma forma que son padres los demás, que engendran según la carne, y no sólo reciben a sus hijos como fruto de su afecto espiritual. Por eso dice San Lucas: Se pensaba que era padre de Jesús. ¿Por qué dice sólo se pensaba? Porque el pensamiento y el juicio humanos se refieren a lo que suele suceder entre los hombres. Y el Señor no nació del germen de José. Sin embargo, a la piedad y a la caridad de José le nació un hijo de la Virgen María, que era Hijo de Dios» (S. Agustín, Sermones 51,20).
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