33º domingo del Tiempo ordinario – A .
1ª lectura
10
Una mujer fuerte ¿quién la encontrara?
Vale mucho más que las perlas.
11
En ella confía el corazón de su marido,
y no le faltará ganancia.
12
Le procura bien y no mal
todos los días de la vida.
13
Busca lana y lino
y trabaja con diligencia.
19
Aplica sus manos a la rueca,
sus palmas empuñan el huso.
20
Abre su palma al indigente,
y extiende su mano al pobre.
30
Falaz es la gracia y vana la hermosura,
la mujer que teme al Señor será
alabada.
31
Dadle el fruto de sus manos,
y que sus obras la alaben en las
puertas.
El libro de los Proverbios se cierra con este hermoso poema acróstico
(la primera letra de cada uno de sus versos corresponde a las del alfabeto
hebreo según su orden desde el principio hasta el final) acerca de las
cualidades que adornan a la esposa ideal en el ámbito de una familia rural del
antiguo Israel. Muy probablemente tiene valor simbólico. El prólogo del libro
había presentado la
Sabiduría personificada como una mujer que invita a todos al
banquete preparado en su casa. Ahora, en esta mujer perfecta, que sabe hacer lo
oportuno en todas las circunstancias concretas de la vida, queda reflejada de
nuevo la Sabiduría
que Dios ha dejado impresa en el orden de las cosas creadas.
En el canto aflora, por otro lado, la fuerza moral de la mujer.
Comenta Juan Pablo II que esta fuerza «se expresa en numerosas figuras
femeninas del Antiguo Testamento, del tiempo de Cristo, y de las épocas
posteriores hasta nuestros días. La mujer
es fuerte por la conciencia de esta entrega, es fuerte por el hecho de que
Dios “le confía el hombre”, siempre y en cualquier caso, incluso en las
condiciones de discriminación social en las que pueda encontrarse. Esta
conciencia y esta vocación fundamental hablan a la mujer de la dignidad que
recibe de parte de Dios mismo, y todo ello la hace “fuerte” y la reafirma en su
vocación. De este modo, la “mujer perfecta” (cfr Pr 31,10) se convierte en un apoyo
insustituible y en una fuente de fuerza espiritual para los demás, que perciben
la gran energía de su espíritu. A estas “mujeres perfectas” deben mucho sus
familias y, a veces, también las Naciones» (Mulieris
dignitatem, n. 30).
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