33º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio 5 Como algunos le hablaban del Templo , que estaba adornado con bellas piedras y ofrendas votivas , dijo: 6 —Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida. 7 Le preguntaron: —Maestro, ¿cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de que están a punto de suceder? 8 Él dijo: —Mirad, no os dejéis engañar; porque vendrán en mi nombre muchos diciendo: «Yo soy», y «el momento está próximo». No les sigáis. 9 Cuando oigáis hablar de guerras y de revoluciones, no os aterréis, porque es necesario que sucedan primero estas cosas. Pero el fin no es inmediato. 10 Entonces les decía: —Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino; 11 habrá grandes terremotos y hambre y peste en diversos lugares; habrá cosas aterradoras y grandes señales en el cielo. 12 Pero antes de todas estas cosas os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reye...
33º domingo del Tiempo ordinario – A .
2ª lectura
1 Sobre
el tiempo y el momento, hermanos, no necesitáis que os escriba, 2 porque
vosotros mismos sabéis muy bien que el día del Señor vendrá como un ladrón en
la noche. 3 Así pues, cuando clamen: «Paz y seguridad», entonces, de
repente, se precipitará sobre ellos la ruina —como los dolores de parto de la
que está encinta—, sin que puedan escapar. 4 Pero vosotros,
hermanos, no estáis en tinieblas, de modo que ese día os sorprenda como un
ladrón; 5 pues todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día.
Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas. 6 Por tanto, no
durmamos como los demás, sino estemos en vela y mantengámonos sobrios.
«El día del Señor» es una fórmula que aparece varias veces en la Sagrada Escritura
referida a ese momento en el que Dios intervendrá de modo decisivo e
inapelable. Según San Pablo y otros escritos del Nuevo Testamento es el día del
Juicio Universal, cuando Cristo aparecerá en plenitud de gloria como Juez (cfr
1 Co 1,8; 2 Co 1,14). Pero el encuentro cara a cara con el Señor se produce ya
tras la muerte (cfr 2 Co 5,6; Flp 1,23). El cristiano, por tanto, debe vivir
siempre vigilante, pues no sabe con certeza cuál será el último día de su vida.

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