32º domingo del Tiempo ordinario – A .
2ª lectura
13 No
queremos, hermanos, que ignoréis lo que se refiere a los que han muerto, para
que no os entristezcáis como esos otros que no tienen esperanza. 14 Porque
si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera también Dios, por medio
de Jesús, reunirá con Él a los que murieron. 15 Así pues, como
palabra del Señor, os transmitimos lo siguiente: nosotros, los que vivamos, los
que quedemos hasta la venida del Señor, no nos anticiparemos a los que hayan
muerto; 16 porque, cuando la voz del arcángel y la trompeta de Dios
den la señal, el Señor mismo descenderá del cielo, y resucitarán en primer
lugar los que murieron en Cristo; 17 después, nosotros, los que
vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados a las nubes junto con ellos al
encuentro del Señor en los aires, de modo que, en adelante estemos siempre con
el Señor. 18 Por tanto, animaos mutuamente con estas palabras.
«Los que han muerto» (v. 13). Literalmente, «los que duermen». Esta
expresión, que ya utilizaban algunas veces los escritores paganos, fue muy
empleada por los primeros cristianos para referirse a los que murieron en la fe
de Cristo.
En los escritos cristianos ese modo de expresarse adquiere todo su
sentido a causa de la fe en la
Resurrección de Jesús, y la certeza de que todos
resucitaremos. No es un mero eufemismo, sino un modo de dejar claro que la
muerte no es el fin. «¿Por qué se dice que duermen sino porque en su día serán
resucitados?» (S. Agustín, Sermones
93,6). La certeza de la resurrección es una de las verdades fundamentales de
nuestra fe, recogida tanto en el Símbolo de los Apóstoles como en el Credo de
Nicea-Constantinopla.
San Pablo da razones para la esperanza ante la Parusía. Habla del
encuentro con el Señor en su segunda venida, pero no pretende ahora precisar en
qué momento tendrá lugar. Poco después aclara que lo único cierto es que eso
sucederá de modo inesperado (cfr 5,1-2). En cualquier caso, el tiempo no es
relevante para lo fundamental, que es estar siempre con Cristo. Cuando llegue
no tendrá ventaja el que esté vivo sobre los que ya habían muerto, sino los que
han llegado al final de su curso terreno «en Cristo» (v. 16).
San Ambrosio explica el pasaje poniéndolo en relación con otros textos
del Apóstol: «Todos resucitan, pero nadie pierda la esperanza ni se duela el
justo de que todos participen de la resurrección, al esperar una peculiar
recompensa por su virtud. Todos, ciertamente, resucitan, pero “cada uno —como
dice el Apóstol— en su propio orden” (1 Co 15, 23). La recompensa de la
misericordia divina es común, pero distinto el orden de los méritos. El día
resplandece para todos, el sol calienta para todos, la lluvia fecunda con
abundantes aguaceros las tierras de todos. Todos nacemos, todos resucitamos,
pero entre ambas circunstancias el don del vivir y del resucitar es diferente,
es diversa la condición... Se nos exhorta a vivir y a ser como Pablo, para
poder decir: Porque los que vivimos no
tendremos ventaja alguna sobre los que estén dormidos. En efecto, no habla
de la manera común de vida y de la acción de respirar, sino del mérito en la
resurrección» (De excessu fratris sui
Satyri 2,92-93).
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