Solemnidad de Cristo Rey – A . 1ª
lectura
17 A
vosotros, rebaño mío, esto dice el Señor Dios: «Yo juzgo entre oveja y oveja,
entre carneros y machos cabríos».
11
Porque esto dice el Señor Dios: «Yo mismo buscaré mi rebaño y lo apacentaré. 12
Como recuenta un pastor su rebaño cuando está en medio de sus ovejas que se han
dispersado, así recontaré mis ovejas y las recogeré de todos los lugares en que
se dispersaron en día de niebla y oscuridad.
15
Yo mismo pastorearé mis ovejas y las haré descansar, dice el Señor Dios. 16
Buscaré a la perdida, haré volver a la descarriada, a la que esté herida la
vendaré, y curaré a la enferma. Tendré cuidado de la bien nutrida y de la
fuerte. Las pastorearé con rectitud».
La imagen del pastor en la
Biblia se aplica con frecuencia a los reyes (1 R 22,17),
quizá a raíz de David, pastor de ovejas (1 S 17,34; Sal 78,70-72), y también al
Señor (Sal 23,1-6; 80,2-3). Los profetas, en especial Jeremías, acuden a la
imagen del pastor cuando hablan de los que rigen, sean reyes o sacerdotes (cfr
Jr 2,8; 10,21; 25,34-36; Za 11,4-17). En este primer discurso a los deportados,
Ezequiel habla de los malos pastores, es decir, de los malos dirigentes que
llevaron al pueblo al desastre del destierro (vv. 1-10) y, en contraste, del
Señor, Pastor supremo que asume la responsabilidad de regir personalmente a su
pueblo sin intermediarios (vv. 11-22), y del nuevo dirigente-mesías que Dios
mismo pondrá al frente de los suyos: será el nuevo pastor, David, que conducirá
al rebaño a los mejores pastos (vv. 23-31).
En los versículos que leemos este domingo Ezequiel enseña, en
concreto, que es Dios mismo quien se constituye en pastor para su pueblo (v.
11), pastor solícito de sus ovejas: les pasa revista una por una, las atiende y
las cuida (vv. 12-16). Además, la solicitud del buen pastor lleva consigo el
ejercicio de la justicia (vv. 17): en la nueva etapa es más evidente que el
amor divino y su misericordia no contradicen la condena de los impíos (v. 20),
más aún, no habría verdadero amor sin justicia.
Este bello oráculo resuena en labios de Jesucristo al exponer la
alegoría del Buen Pastor que cuida de sus ovejas (cfr Jn 10,1-21), al enseñar
que se identifica con el Padre celestial en la alegría de encontrar a la oveja
perdida (cfr Mt 18,12-14; Lc 15,4-7) y al referirse al juicio final en la
escena recogida por San Mateo (Mt 25,31-46). San Agustín, en su sermón sobre
los pastores, comenta: «Él vela, pues, sobre nosotros, tanto si estamos
despiertos como dormidos. Por esto, si un rebaño humano está seguro bajo la
vigilancia de un pastor humano, cuán grande no ha de ser nuestra seguridad,
teniendo a Dios por pastor, no sólo porque nos apacienta, sino también porque
es nuestro creador. Y a vosotras
–dice–, mis ovejas, así dice el Señor
Dios: “Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío”. ¿A
qué vienen aquí los machos cabríos en el rebaño de Dios? En los mismos pastos,
en las mismas fuentes, andan mezclados los machos cabríos, destinados a la
izquierda, con las ovejas, destinadas a la derecha, y son tolerados los que
luego serán separados. Con ello se ejercita la paciencia de las ovejas, a
imitación de la paciencia de Dios. Él es quien separará después, unos a la izquierda,
otros a la derecha» (Sermones 47).
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