14º domingo del Tiempo ordinario – C.
1ª lectura
10 ¡Alegraos con Jerusalén y regocijaos por ella
cuantos la
amáis;
exultad de
gozo con ella
cuantos le
hacíais duelo!
11 Pues os amamantaréis hasta saciaros
del pecho de
sus consuelos,
beberéis
hasta deleitaros
de la ubre
de su gloria.
12 Porque esto dice el Señor:
«Mirad: Yo
hago discurrir hacia ella, como un río, la paz,
y, como un
torrente desbordado, la gloria de las naciones.
Mamaréis,
seréis llevados en brazos,
y
acariciados sobre las rodillas.
13 Como alguien a quien su madre consuela,
así Yo os
consolaré,
y en
Jerusalén seréis consolados.
14 Lo veréis y se alegrará vuestro corazón,
y vuestros
huesos florecerán como la hierba.
La mano del
Señor se manifestará a sus siervos.
El poema se encuadra en una metáfora sobre la maternidad de Sión. En
una expresión audaz se presenta a Dios consolando a los suyos como una madre
que amamanta a sus hijos (v. 11). Como ya se ha visto, es en la segunda parte
de Isaías donde más se aplican a Dios cualidades maternales (cfr 42,14; 45,10;
49,15). «Al designar a Dios con el nombre de “Padre”, el lenguaje de la fe
indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad
transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos
sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante
la imagen de la maternidad (cfr Is 66,13; Sal 131,2), que indica más
expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura. El
lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres, que son
en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre. Pero esta
experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que pueden
desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene recordar,
entonces, que Dios transciende la distinción humana de los sexos. No es hombre
ni mujer, es Dios. Transciende también la paternidad y la maternidad humanas
(cfr Sal 27,10), aunque sea su origen y medida (cfr Ef 3,14-15; Is 49,15)» (Catecismo de la Iglesia Católica,
n. 239).
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