33º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio 5 Como algunos le hablaban del Templo , que estaba adornado con bellas piedras y ofrendas votivas , dijo: 6 —Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida. 7 Le preguntaron: —Maestro, ¿cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de que están a punto de suceder? 8 Él dijo: —Mirad, no os dejéis engañar; porque vendrán en mi nombre muchos diciendo: «Yo soy», y «el momento está próximo». No les sigáis. 9 Cuando oigáis hablar de guerras y de revoluciones, no os aterréis, porque es necesario que sucedan primero estas cosas. Pero el fin no es inmediato. 10 Entonces les decía: —Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino; 11 habrá grandes terremotos y hambre y peste en diversos lugares; habrá cosas aterradoras y grandes señales en el cielo. 12 Pero antes de todas estas cosas os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reye...
17º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura
12 Fuisteis sepultados con él por medio del Bautismo, también fuisteis resucitados con él mediante la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos. 13 Y a vosotros, que estabais muertos por los delitos y por la falta de circuncisión de vuestra carne, os vivificó con él, y perdonó gratuitamente todos nuestros delitos, 14 al borrar el pliego de cargos que nos era adverso, y que canceló clavándolo en la cruz.
Así como el israelita entraba a formar parte del pueblo por la circuncisión, el cristiano entra a formar parte de la Iglesia por el Bautismo (v.12). Con una imagen análoga a la de Rm 6,4, al evocar el rito de inmersión en el agua, se habla del Bautismo como de una sepultura —señal cierta de haber muerto al pecado—, y de la resurrección a una vida nueva: la vida de la gracia. Mediante este sacramento somos asociados a la muerte y sepultura de Cristo para que también podamos resucitar con Él. Cristo «significó con su resurrección nuestra nueva vida, que renacía de la antigua muerte, por la cual estábamos sumergidos en el pecado. Esto es lo que realiza en nosotros el gran sacramento del bautismo: que todos los que reciben esta gracia mueran al pecado (...) y que renazcan a la nueva vida» (S. Agustín, Enchiridium 41-42).
Cristo es el único mediador por ser Dios y Hombre. El objetivo funda-mental de su acción mediadora es recon-ciliar a los hombres con Dios, por el perdón de sus pecados y la donación de la vida de la gracia, que es una participa-ción en la vida divina. En el v. 14 se indica el modo por el que Cristo ha logrado su fin: la muerte en la cruz. Todos los que estaban sometidos a la esclavitud del pecado y de la Ley, han sido liberados por su muerte. La Ley mosaica, a la que los escribas y fariseos se habían encargado de añadir tal número de preceptos que la hacían insoportable, venia a ser como un pliego de cargos (quirógrafo) contra los hombres, pues imponía pesadas cargas y no daba la gracia para sobrellevarlas. Con frase muy gráfica se afirma que este documento fue quitado de en medio y clavado en la cruz. «Vino a nosotros el Rey para cancelar nuestras facturas y escribió en su nombre otra factura para hacerse nuestro deudor» (S. Efrén, Hymnus de Nativitate 4,12).

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