15º domingo del Tiempo ordinario – C. 1ª lectura
Moisés habló
al pueblo diciendo:
10 Escucha la voz del Señor, tu Dios, guardando sus
mandamientos y sus leyes, escritos en el libro de esta ley, y conviértete al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma.
11 El presente mandamiento que hoy te ordeno no es
imposible para ti, ni inalcanzable. 12 No está en los cielos para
decir: «¿Quién podrá ascender por nosotros a los cielos a traerlo y hacérnoslo
oír, para que lo pongamos por obra?». 13 Tampoco está allende los
mares para decir: «¿Quién podrá cruzar por nosotros el mar a traerlo y
hacérnoslo oír, para que lo pongamos por obra?». 14 No. El
mandamiento está muy cerca de ti: está en tu boca y en tu corazón, para que lo
pongas por obra.
El texto habla
de la situación privilegiada de Israel por tener la Ley. El autor sagrado lo
expresa de manera bellísima y admirable, a través de dos hermosas metáforas,
compuestas con un cierto ritmo poético. También en la Epístola a los Romanos
(10,6-8), San Pablo utiliza este pasaje aplicándolo no ya al conocimiento de la Ley, sino al conocimiento de
«la palabra de la fe» que predican los Apóstoles: ésta es ahora —como antes la Ley— la que pone de manifiesto
los preceptos y los mandamientos de Dios, y —también como la Ley— debe estar constantemente
en la boca y el corazón. Teodoreto de Ciro —comentando el texto griego de los
LXX, que añade en el v. 14 «y en tus manos»— dice: «Se significa por la boca la
meditación de las palabras divinas; por el corazón, a su vez, la prontitud del
ánimo; por las manos la ejecución de los mandamientos» (Quaestiones in Octateuchum 38).
El pueblo
cristiano, que posee la
Nueva Ley y la Nueva Alianza, está en circunstancias aún mejores
que el antiguo pueblo, puesto que ha recibido además la gracia de Cristo. Por
esto, el Concilio de Trento enseña que «Dios no manda cosas imposibles, sino
que al mandar avisa que hagas lo que puedas y pidas lo que no puedas, y ayuda
para que puedas» (De iustificatione
11). En la Antigua Ley,
aunque no se disponía de la gracia ganada por Cristo, la Providencia divina
ayudaba a los israelitas a cumplir sus exigencias en previsión de esa gracia.
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