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No quedará piedra sobre piedra (Lc 21,5-19)

33º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio 5 Como algunos le hablaban del Templo , que estaba adornado con bellas piedras y ofrendas votivas , dijo: 6 —Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida. 7 Le preguntaron: —Maestro, ¿cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de que están a punto de suceder? 8 Él dijo: —Mirad, no os dejéis engañar; porque vendrán en mi nombre muchos diciendo: «Yo soy», y «el momento está próximo». No les sigáis. 9 Cuando oigáis hablar de guerras y de revoluciones, no os aterréis, porque es necesario que sucedan primero estas cosas. Pero el fin no es inmediato. 10 Entonces les decía: —Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino; 11 habrá grandes terremotos y hambre y peste en diversos lugares; habrá cosas aterradoras y grandes señales en el cielo. 12 Pero antes de todas estas cosas os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reye...

Pesca milagrosa y primado de Pedro (Jn 21,1-19)

Domingo 3º de Pascua – C. Evangelio

1 Después volvió a aparecerse Jesús a sus discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se apareció así: 2 estaban juntos Simón Pedro y Tomás —el llamado Dídimo—, Natanael —que era de Caná de Galilea—, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. 3 Les dijo Simón Pedro:
—Voy a pescar.
Le contestaron:
—Nosotros también vamos contigo.
Salieron y subieron a la barca. Pero aquella noche no pescaron nada.
4 Cuando ya amaneció, se presentó Jesús en la orilla, pero sus discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús. 5 Les dijo Jesús:
—Muchachos, ¿tenéis algo de comer?
—No —le contestaron.
6 Él les dijo:
—Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.
La echaron, y casi no eran capaces de sacarla por la gran cantidad de peces. 7 Aquel discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro:
—¡Es el Señor!
Al oír Simón Pedro que era el Señor se ató la túnica, porque estaba desnudo, y se echó al mar. 8 Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra, sino a unos doscientos codos, arrastrando la red con los peces.
9 Cuando descendieron a tierra vieron unas brasas preparadas, un pez encima y pan. 10 Jesús les dijo:
—Traed algunos de los peces que habéis pescado ahora.
11 Subió Simón Pedro y sacó a tierra la red llena de ciento cincuenta y tres peces grandes. Y a pesar de ser tantos no se rompió la red. 12 Jesús les dijo:
—Venid a comer.
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Tú quién eres?», pues sabían que era el Señor.
13 Vino Jesús, tomó el pan y lo distribuyó entre ellos, y lo mismo el pez. 14 Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
15 Cuando acabaron de comer, le dijo Jesús a Simón Pedro:
—Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?
Le respondió:
—Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Le dijo:
—Apacienta mis corderos.
16 Volvió a preguntarle por segunda vez:
—Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Le respondió:
—Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Le dijo:
—Pastorea mis ovejas.
17 Le preguntó por tercera vez:
—Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez: «¿Me quieres?», y le respondió:
—Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero.
Le dijo Jesús:
—Apacienta mis ovejas. 18 En verdad, en verdad te digo: cuando eras más joven te ceñías tú mismo y te ibas adonde querías; pero cuando envejezcas extenderás tus manos y otro te ceñirá y llevará adonde no quieras 19 —esto lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios.
Y dicho esto, añadió:
—Sígueme.

Comentario a Juan 21,1-19

Este pasaje evoca aquel de la primera pesca milagrosa, cuando el Señor prometió a Pedro hacerle pescador de hombres (cfr Lc 5,1-11). Ahora le va a confirmar en su misión de cabeza visible de la Iglesia.

El relato subraya el amor del discípulo amado que reconoce a Jesús (v. 7): «Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón puro» (S. Gregorio de Nisa, De beatitudinibus 6). También refleja la fe de Pedro, que precede a los discípulos en llegar a Jesús, y la insistencia en que el Resucitado no es un espíritu, sino el mismo que ha comido antes con ellos y con los que vuelve a comer ahora (vv. 10-13). «Pasa al lado de sus Apóstoles, junto a esas almas que se han entregado a Él: y ellos no se dan cuenta. ¡Cuántas veces está Cristo, no cerca de nosotros, sino en nosotros; y vivimos una vida tan humana! (...). Entonces, el discípulo aquel que Jesús amaba se dirige a Pedro: es el Señor. El amor, el amor lo ve de lejos. El amor es el primero que capta esas delicadezas. Aquel Apóstol adolescente, con el firme cariño que siente hacia Jesús, porque quería a Cristo con toda la pureza y toda la ternura de un corazón que no ha estado corrompido nunca, exclamó: ¡es el Señor! Simón Pedro apenas oyó es el Señor, vistióse la túnica y se echó al mar. Pedro es la fe. Y se lanza al mar, lleno de una audacia de maravilla. Con el amor de Juan y la fe de Pedro, ¿hasta dónde llegaremos nosotros?» (S. Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, nn. 265-266).

Los Santos Padres y Doctores de la Iglesia han comentado con frecuencia este episodio en sentido místico: la barca es la Iglesia, cuya unidad está simbolizada por la red que no se rompe; el mar es el mundo; Pedro en la barca simboliza la suprema autoridad en la Iglesia; el número de peces significa el número de los elegidos.

En contraste con las negaciones de Pedro durante la pasión, Jesús como el Buen Pastor que cura la oveja herida (10,11; cfr Ez 34,16; Lc 15,4-7), confiere a Pedro el primado que antes le había prometido (vv. 15-19). «Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: “A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16,19). El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios, que es la Iglesia. Jesús, “el Buen Pastor” (Jn 10,11), confirmó este encargo después de su resurrección: “Apacienta mis ovejas” (Jn 21,15-17). El poder de “atar y desatar” significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los Apóstoles y particularmente por el de Pedro, el único a quien Él confió explícitamente las llaves del Reino» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 553).

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