Domingo 3º de Pascua – C. 2ª lectura
11 En
la visión oí un clamor de muchos ángeles que rodeaban el trono, a los seres
vivos y a los ancianos. Su número era de miríadas de miríadas y millares de
millares, 12 que aclamaban con gran voz:
«Digno es el Cordero inmolado
de recibir el poder, la riqueza, la
sabiduría,
la fuerza, el honor, la gloria y la
alabanza».
13 Y
a toda criatura que existe en el cielo y en la tierra, por debajo de la tierra
y en el mar, y a todo cuanto existe en ellos, les oí decir:
«Al que está sentado en el trono y al
Cordero,
la alabanza, el honor, la gloria y el
poder
por los siglos de los siglos».
14 Y
los cuatro seres vivos respondían:
—Amén.
Y los ancianos se postraron y
adoraron.
Cristo glorioso merece la misma adoración que el Padre. La grandeza de
Cristo-Cordero viene reconocida y proclamada por el culto que recibe, en primer
lugar, de los cuatro vivientes y de los veinticuatro ancianos, luego de todos
los ángeles y, por fin, de la creación entera (vv. 11-13). Son tres momentos
que San Juan señala para destacar la alabanza de la Iglesia celestial, a la
que se une la Iglesia
peregrina en la tierra, mediante la oración simbolizada en la imagen de las
copas de oro (v. 8).
La gran muchedumbre de ángeles rodeando el trono como guardia de honor
(v. 11), proclama la plenitud de la perfección divina de Cristo, el Cordero. En
efecto, se enumeran siete atributos que reflejan la plena posesión de la gloria
divina por parte del Cordero (v. 12).
Después del canto de las criaturas espirituales e invisibles, resuena
el himno de los seres materiales y visibles. Este cántico (vv. 13-14) difiere
del anterior porque se dirige además al que está sentado en el trono. Así se
ponen a un mismo nivel a Dios y al Cordero, cuya divinidad se proclama. De
esta forma culmina la alabanza universal, cósmica, en honor del Cordero. El
Amén rotundo de los cuatro vivientes, junto con la adoración de los
veinticuatro ancianos, cierra esta visión preparatoria.
Como en otros pasajes del Apocalipsis,
se habla del oficio de los ángeles en el Cielo (v. 11), poniendo de relieve
su adoración y alabanza ante el trono de Dios (cfr 7,11), su misión como
ejecutores de los designios divinos (cfr 11,15; 16,17; 22,6; etc.) y su
intercesión ante el Señor en favor de los hombres (cfr 8,4). «Ten confianza con
tu Angel Custodio. Trátalo como un entrañable amigo —lo es— y él sabrá hacerte
mil servicios en los asuntos ordinarios de cada día» (S. Josemaría Escrivá, Camino, n. 562).
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