33º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio 5 Como algunos le hablaban del Templo , que estaba adornado con bellas piedras y ofrendas votivas , dijo: 6 —Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida. 7 Le preguntaron: —Maestro, ¿cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de que están a punto de suceder? 8 Él dijo: —Mirad, no os dejéis engañar; porque vendrán en mi nombre muchos diciendo: «Yo soy», y «el momento está próximo». No les sigáis. 9 Cuando oigáis hablar de guerras y de revoluciones, no os aterréis, porque es necesario que sucedan primero estas cosas. Pero el fin no es inmediato. 10 Entonces les decía: —Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino; 11 habrá grandes terremotos y hambre y peste en diversos lugares; habrá cosas aterradoras y grandes señales en el cielo. 12 Pero antes de todas estas cosas os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reye...
1 Os digo la verdad en Cristo, no miento, y mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo: 2 siento una pena muy grande y un continuo dolor en mi corazón. 3 Pues le pediría a Dios ser yo mismo anatema de Cristo en favor de mis hermanos, los que son de mi mismo linaje según la carne. 4 Ésos son los israelitas: a ellos pertenece la adopción de hijos y la gloria y la alianza y la legislación y el culto y las promesas, 5 de ellos son los patriarcas y de ellos según la carne desciende Cristo, el cual es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos. Amén.
Comienza aquí la última sección de la parte doctrinal de la carta. Puede decirse que Pablo responde a una pregunta implícita: la justificación por la fe en Cristo ¿cómo es coherente con las promesas de Dios a Israel? Si desde el principio había un designio de Dios que debía conducir hasta el Mesías, ¿cómo es que los judíos, que habían recibido las promesas de los patriarcas, la Ley y los Profetas, han rechazado a Cristo? Retomando lo dicho ya en 3,1-2, el Apóstol trata del privilegio del pueblo hebreo como destinatario primero de la revelación divina (9,1-5).
El ser descendientes de Jacob (Israel) era el fundamento de los privilegios divinos concedidos a los israelitas a lo largo de la historia. Sin embargo, San Pablo, mostrando un gran amor hacia los de su raza, enseña que la gran dignidad del pueblo elegido se pone de manifiesto más bien en que Dios quiso asumir una naturaleza humana de la raza hebrea (vv. 1-5). Jesucristo desciende de los israelitas «según la carne», y es a la vez verdadero Dios, porque es «sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos» (v. 5). Esta afirmación, a manera de doxología o glorificación de Dios, era un modo de ensalzar al Señor en el Antiguo Testamento (cfr Sal 41,14; 72,19; 106,48; Ne 9,5; Dn 2,20 etc.). Aplicada a Jesucristo constituye una de las fórmulas más expresivas de afirmar su divinidad. En otros textos paulinos se encuentran formulaciones parecidas, relativas al núcleo del misterio de la Encarnación: cfr 1,3-4; Flp 2,6-7; Col 2,9; Tt 2,13-14.

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