20º domingo del Tiempo ordinario – A . Evangelio
21 Después que Jesús salió de allí, se retiró a la región de Tiro y Sidón. 22 En esto una mujer cananea, venida de aquellos contornos, se puso a gritar:
—¡Señor, Hijo de David, apiádate de mí! Mi hija está poseída cruelmente por el demonio.
23 Pero él no le respondió palabra. Entonces, se le acercaron sus discípulos para rogarle:
—Atiéndela y que se vaya, porque viene gritando detrás de nosotros.
24 Él respondió:
—No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
25 Ella, no obstante, se acercó y se postró ante él diciendo:
—¡Señor, ayúdame!
26 Él le respondió:
—No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos.
27 Pero ella dijo:
—Es verdad, Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.
28 Entonces Jesús le respondió:
—¡Mujer, qué grande es tu fe! Que sea como tú quieres.
Y su hija quedó sana en aquel instante.
Tiro y Sidón son dos ciudades fenicias, en la costa del Mediterráneo, hoy día pertenecientes al Líbano. Nunca formaron parte de Galilea, pero se encuentran cerca de su frontera noroeste. Por tanto, en tiempos de Jesús caían fuera de los dominios de Herodes Antipas. Allí se retira el Señor tal vez para evitar la persecución de éste y de los judíos, y atender de modo más intenso a la formación de sus Apóstoles. En la región de Tiro y Sidón la mayoría de los habitantes eran paganos. San Mateo llama a esta mujer «cananea» ya que según el Génesis (10,15) esta zona fue una de las primeras colonias de los cananeos; San Marcos la llama «sirofenicia» (Mc 7,26). Ambos evangelios resaltan su condición de pagana, con lo que adquiere mayor relieve su fe en el Señor.
Pero esta fe tan grande se compone de actos puntuales y audaces: la mujer pide aunque parezca inoportuna (v. 23), insiste aunque se tenga por indigna (vv. 24-26), persevera ante las dificultades (v. 27) y al fin logra lo que quiere (v. 28). «Vemos muchas veces que el Señor no nos concede enseguida lo que pedimos; esto lo hace para que lo deseemos con más ardor, o para que apreciemos mejor lo que vale. Tal retraso no es una negativa sino una prueba que nos dispone a recibir más abundantemente lo que pedimos» (S. Juan B. María Vianney, Sermón sobre la oración).
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