Comentario a Isaías 52,13-53,12
El cuarto canto del Siervo es uno de los textos más comentados de la Biblia, tanto en lo que se refiere a su estructura literaria como a su contenido. En su estructura, el canto interrumpe el estilo hímnico del cap. 52, que continúa en el cap. 54, con un estilo más reflexivo sobre el valor del sufrimiento. En su contenido, el canto es sorprendente al presentar el triunfo y exaltación del siervo a través de su humillación, abandono y padecimiento. Más aún, el siervo toma como propias las enfermedades, dolores y hasta los pecados de los demás para librarlos y sanarlos. Hasta entonces esta «expiación vicaria» era desconocida en la tradición bíblica. El pasaje resulta muy original hasta en el vocabulario, puesto que contiene cuarenta términos que no aparecen en otros lugares de la Biblia.
El poema, construido con esmero, está dividido en tres estrofas: la primera (52,13-15) está puesta en labios del Señor y constituye una obertura que insinúa los temas que se van a desarrollar posteriormente: el triunfo del siervo (v. 13), su humillación y sufrimiento (v. 14) y el asombro de propios y extraños ante un acontecimiento tan novedoso (v. 15).
La segunda (53,1-11a) es un relato gozoso de la aflicción padecida por el siervo y los efectos beneficiosos que ha producido. Está puesta en labios de un «nosotros», que representa al pueblo entero y al propio profeta; ambos se sienten unidos al siervo del Señor. Esta estrofa se construye en cuatro estadios de contemplación: en primer lugar (53,1-3), la descripción del siervo en sus orígenes nobles —«renuevo», «raíz» en la presencia del Señor— y en su aflicción degradante como «varón de dolores». A continuación (53,4-6), se señala que la razón de tanto sufrimiento es la expiación vicaria. Si en la doctrina tradicional el dolor se consideraba castigo individual, aquí es provecho para los demás. Ésta es la primera lección para los que le tenían por «castigado, herido de Dios y humillado», y el punto culminante del poema. En tercer lugar (53,7-9), se vuelve a la contemplación del siervo que libremente asume los padecimientos y con sencillez se ofrece en sacrificio expiatorio, como indican la imagen del cordero y de la oveja. Su muerte es tan ignominiosa como los dolores que le han precedido. Por último (53,10-11a), se describen con profusión los frutos de tanto padecimiento. Con resonancia de las tradiciones patriarcales, se señala la descendencia numerosa y los muchos días, y con sentido sapiencial se asegura el pleno conocimiento.
La tercera estrofa (53,11b-12) vuelve a estar en labios del Señor, que reconoce solemnemente la eficacia del sacrificio de su siervo: «justificará», es decir, obtendrá la salvación (v. 11) y tendrá parte en el botín y la herencia divina (v. 12).
Este cuarto canto del Siervo del Señor fue interpretado y actualizado desde muy pronto. Los judíos de Alejandría, al hacer hacia el siglo II a.C. la versión griega de los Setenta, introdujeron pequeños retoques para identificar al siervo del poema con el pueblo de Israel en la diáspora. Si éste estaba sufriendo enormes dificultades para conservar su identidad en aquel ambiente helenista y politeísta, se sabía confortado con la esperanza de la exaltación que refleja el canto.
El judaísmo palestinense identificaba el siervo glorificado con el Mesías, pero modificaba la descripción de los padecimientos para aplicarlos a las naciones paganas. Los textos hallados en Qumrán interpretan este canto a la luz de los desprecios que soportó el Maestro de Justicia, probable fundador del grupo que se había asentado en ese lugar.
Sin embargo, el texto de Isaías sólo se comprende plenamente a la luz de las palabras de Jesús, quién reveló su misión redentora como el siervo sufriente profetizado en este canto. A él se refirió en varias ocasiones: en la respuesta a la petición de los hijos del Zebedeo —«el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos» (Mt 20,28 y par.)—, en la Última Cena, donde anuncia su muerte ignominiosa entre malhechores citando 53,12 (Lc 22,37), en varios pasajes del cuarto evangelio (Jn 12,32.37-38), etc. También parece aludir a él en el diálogo con los discípulos de Emaús (Lc 24,25ss.) para explicar la razón de su pasión y muerte. Por eso, los primeros cristianos entendieron el sentido de la muerte y resurrección de Jesús al hilo de este poema y así quedó reflejado en la expresión «según las Escrituras» de 1 Co 15,3, la fórmula «por nuestros pecados» (Rm 4,25; 1 Co 15,3-5), el himno cristológico de la Carta a los Filipenses (Flp 2,6-11), en expresiones de la Primera Carta de Pedro (1 P 2,22-25) y en otros muchos lugares del Nuevo Testamento (Mt 8,17; 27,29; Hch 8,26-40; Rm 10,16; etc.).
La tradición patrística explica el canto como una profecía que se cumple en Cristo (cfr S. Clemente Romano, Ad Corinthios 16,1-14; S. Ignacio Mártir, Epistula ad Polycarpum 1,3; las denominadas Epistula Barnabae 5,2 y Epistula ad Diognetum 9,2, etc.). La Iglesia lo emplea en la liturgia del Viernes Santo.
«No tenía aspecto de hombre» (Is 52,14). Esta frase resume la descripción de 53,2-3 y muestra el intenso dolor reflejado en el rostro. Los detalles son tan gráficos que con razón la ascética cristiana ha visto en ellos un anticipo de la pasión de Nuestro Señor: «El profeta, al que justamente se le llama “el quinto evangelista”, presenta en este poema la imagen de los sufrimientos del Siervo con un realismo tan agudo como si lo viera con sus propios ojos: con los del cuerpo y del espíritu (...). El Poema del Siervo Doliente contiene una descripción en la que se pueden identificar, en un cierto sentido, los momentos de la Pasión de Cristo en sus diversos particulares: la detención, la humillación, las bofetadas, los salivazos, el vilipendio de la dignidad misma del prisionero, el juicio injusto, la flagelación, la coronación de espinas y el escarnio, el camino de la cruz, la crucifixión y la agonía» (Salvifici doloris, n. 17; cfr Dives in misericordia, n. 7).
La singularidad del anuncio a la que hace referencia Is 53,1 —que es citado por San Pablo para probar la necesidad de la predicación (Rm 10,16)— resalta el hecho asombroso de la aflicción del siervo. Por eso se ha entendido a veces como una manifestación más de la humildad de Cristo, que siendo de condición divina asumió la forma de siervo: «Pues Cristo es de los que tienen sentimientos humildes, no de los que se ensalzan sobre su rebaño. El cetro de la grandeza de Dios, el Señor Jesucristo, no vino con el alboroto de la jactancia ni de la soberbia, a pesar de que tenía poder, sino con sentimientos de humildad tal como el Espíritu Santo había hablado de Él. Pues dijo: Señor, ¿quién creyó lo que hemos oído?...» (S. Clemente Romano, Ad Corinthios 16,1-3).
«Tomó sobre sí nuestras enfermedades» (Is 53,4-5). Los sufrimientos del siervo no son consecuencia de una culpa personal, sino que tienen un valor de expiación vicaria. «Los sufrimientos de nuestro Salvador son nuestra medicina» (Teodoreto de Ciro, De incarnatione Domini 28). Él ha sufrido por los pecados de todo el pueblo sin ser culpable de ellos. Asumiendo la pena, expiaba también la culpa. San Mateo, tras relatar varios milagros de curaciones y exorcismos, ve cumplidas en Cristo las palabras del v. 4a (Mt 8,17). Entiende que Jesucristo es el Siervo anunciado por el profeta que viene a curar los dolores físicos de los hombres como señal de que cura la causa de todos los males que es el pecado (v. 5). Los milagros de Jesús con los enfermos son por tanto una señal de Redención: «Toda la vida de Cristo es Misterio de Redención. La Redención nos viene ante todo por la sangre de la cruz (cfr Ef 1,7; Col 1,13-14; 1 P 1,18-19), pero este misterio está actuando en toda la vida de Cristo» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 517).
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