Ir al contenido principal

El arco iris (Gn 9,8-15)

stainless-images-JzCf5Y3XmFU-unsplash

1º domingo de Cuaresma – B. 1ª lectura

8 Dijo Dios a Noé y, con él, a sus hijos:

9 —He aquí que yo establezco mi alianza con vosotros y con vuestra descendencia; 10 con todo ser vivo que esté con vosotros —aves, ganados y todos los animales de la tierra que os acompañan—, con todo lo que ha salido del arca y con todos los vivientes de la tierra. 11 Establezco, pues, mi alianza con vosotros: nunca más será exterminada toda carne por las aguas del diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra.

12 Y añadió Dios:

—Ésta es la señal de la alianza que establezco entre vosotros y yo, y con todo ser vivo que esté con vosotros, para generaciones perpetuas: 13 Pongo mi arco en las nubes, que servirá de señal de la alianza entre la tierra y yo. 14 Cuando yo haga nublarse la tierra, aparecerá el arco en las nubes, 15 y me acordaré de la alianza entre vosotros y yo, y con todo ser vivo, con toda carne; y las aguas no serán ya más un diluvio que destruya toda carne.

Comentario a Génesis 9,8-15

La promesa que Dios había hecho, al mostrar su agrado ante el sacrificio de Noé, de no enviar más un diluvio sobre la tierra (cfr Gn 8,20-22), la renueva ahora en el marco de una alianza que afecta a toda la creación, y que se ratifica mediante una señal: el arco iris.

Comienza así la historia de las diversas alianzas que Dios libremente va estableciendo con los hombres. Esta primera alianza con Noé se extiende a toda la creación purificada y renovada por el diluvio. Después vendrá la alianza con Abrahán, que afectará sólo a él y a sus descendientes (cfr cap. 17). Finalmente, bajo Moisés, establecerá la alianza del Sinaí (cfr Ex 19), también limitada al pueblo de Israel. Pero como los hombres no fueron capaces de guardar estas sucesivas alianzas, Dios prometió, por boca de los profetas, establecer en los tiempos mesiánicos una nueva alianza: «Pondré mi ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos mi pueblo» (Jr 31,33). Esta promesa se cumplió en Cristo, como él mismo dijo al instituir el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22,20).

De ahí que los padres y escritores eclesiásticos hayan visto en el arco iris el primer anuncio de esta nueva alianza. Así, por ejemplo, Ruperto de Deutz escribe: «En él Dios estableció con los hombres una alianza por medio de su Hijo Jesucristo; muriendo Éste en la cruz, Dios nos reconcilió consigo, lavándonos de nuestros pecados en su sangre, y nos dio por medio de Él el Espíritu Santo de su amor, instituyendo el bautismo de agua y del Espíritu Santo por el que renacemos. Por tanto, aquel arco que aparece en las nu­bes es signo del Hijo de Dios. (...) Es signo de que Dios no volverá a destruir toda carne mediante las aguas del diluvio; el Hijo de Dios mismo, a quien una nube recubrió, y el que está elevado más allá de las nubes, por encima de todos los cielos, es para siempre un signo recordatorio a los ojos de Dios Padre, un memorial eterno de nuestra paz: después de que Él en su carne destruyó la enemistad, está firme la amistad entre Dios y los hombres, que ya no son siervos, sino amigos e hijos de Dios» (Commentarium in Genesim 4,36).

Foto de Stainless Images en Unsplash 

Comentarios

Entradas más visitadas de este blog

Vendrán a Jerusalén de todas las naciones (Is 66,18-21)

21º domingo del Tiempo ordinario – C. 1ª lectura 18 Yo, que conozco sus obras y sus pensamientos, vendré para reunir a todas las naciones y lenguas, que vendrán y verán mi gloria. 19 Pondré en ellos una señal y enviaré los supervivientes de ellos a las naciones, a Tarsis, Put, Lud, Mésec, Ros, Tubal y Yaván, a las islas remotas, que no oyeron hablar de mí ni vieron mi gloria. Ellos anunciarán mi gloria a las naciones. 20 Traerán a todos vuestros hermanos de todas las naciones, como ofrenda al Señor, a caballo y en carros, en literas, en mulos y dromedarios a mi monte santo, a Jerusalén —dice el Señor—, del mismo modo que los hijos de Israel traen la oblación en recipientes puros al Templo del Señor. 21 Y tomaré también de entre ellos sacerdotes y levitas —dice el Señor—. Comentario a Isaías 66,18-21 El ...

El Decálogo (Ex 20,1-17)

3º domingo de Cuaresma – B. 1ª lectura 1 Entonces Dios pronunció todas estas palabras, diciendo: 2 —Yo soy el Señor, tu Dios, que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de la esclavitud. 3 No tendrás otro dios fuera de mí. 4 No te harás escultura ni imagen, ni de lo que hay arriba en el cielo, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas por debajo de la tierra. 5 No te postrarás ante ellos ni les darás culto, porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso que castigo la culpa de los padres en los hijos hasta la tercera y la cuarta generación de aquellos que me odian; 6 pero tengo misericordia por mil generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos. 7 No tomarás el nombre del Señor, tu Dios, en vano, pues el Señor no dejará impune al que tome su nombre en vano. 8 Recuerda el día del sábado, para santificarlo. 9 Durante seis días trabajarás y harás tus tareas. 10 Pero el día séptimo es sábado, en honor del Señor, tu Dios. No harás en él ...

El Señor corrige al que ama (Hb 12,5-7.11-13)

21º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura 5 Habéis olvidado la exhortación dirigida a vosotros como a hijos: Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, ni te desanimes cuando Él te reprenda; 6 porque el Señor corrige al que ama y azota a todo aquel que reconoce como hijo. 7 Lo que sufrís sirve para vuestra corrección. Dios os trata como a hijos, ¿y qué hijo hay a quien su padre no corrija? 11 Toda corrección, al momento, no parece agradable sino penosa, pero luego produce fruto apacible de justicia en los que en ella se ejercitan. 12 Por lo tanto, levantad las manos caídas y las rodillas debilitadas, 13 y dad pasos derechos con vuestros pies, para que los miembros cojos no se tuerzan, sino más bien se curen. Comentario a Hebreos 12,5-13 Siguiendo el ejemplo de Jesús —que dio su vida por nuestros pecados, entregándola hasta la muer...