6º domingo del Tiempo ordinario – B. Evangelio
Comentario a Marcos 1,40-45
En la lepra, enfermedad repugnante, se veía un castigo de Dios (cfr Lv 13,1ss.; Nm 12,1-15). El enfermo era declarado impuro por la Ley y por eso se le obligaba a vivir aislado para no transmitir la impureza a las personas y a las ¬cosas que tocaba (Nm 5,2; 12,14ss.). La desaparición de esta enfermedad se consideraba una de las bendiciones del momento de la llegada del Mesías (cfr Is 35,8; Mt 11,5; Lc 7,22).
En los gestos y palabras del leproso que pide su curación a Jesús se percibe su oración, llena de fe, y el entusiasmo tras haber sido sanado; en los gestos y palabras de Jesús, su misericordia y majestad al curarle: «Aquel hombre se arrodilla postrándose en tierra —lo que es señal de humildad y de vergüenza— para que cada uno se avergüence de las manchas de su vida. Pero la vergüenza no ha de impedir la confesión: el leproso mostró la llaga y pidió el remedio. Su confesión está llena de piedad y de fe. Si quieres, dice, puedes: esto es, reconoció que el poder curarse estaba en manos del Señor» (S. Beda, In Marci Evangelium, ad loc.).
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