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No quedará piedra sobre piedra (Lc 21,5-19)

33º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio 5 Como algunos le hablaban del Templo , que estaba adornado con bellas piedras y ofrendas votivas , dijo: 6 —Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida. 7 Le preguntaron: —Maestro, ¿cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de que están a punto de suceder? 8 Él dijo: —Mirad, no os dejéis engañar; porque vendrán en mi nombre muchos diciendo: «Yo soy», y «el momento está próximo». No les sigáis. 9 Cuando oigáis hablar de guerras y de revoluciones, no os aterréis, porque es necesario que sucedan primero estas cosas. Pero el fin no es inmediato. 10 Entonces les decía: —Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino; 11 habrá grandes terremotos y hambre y peste en diversos lugares; habrá cosas aterradoras y grandes señales en el cielo. 12 Pero antes de todas estas cosas os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reye...

Jesús, el buen pastor (Jn 10,27-30)

Domingo 4º de Pascua – C. Evangelio

En aquel tiempo, dijo Jesús:
27 Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y me siguen. 28 Yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano. 29 Mi Padre, que me las dio, es mayor que todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. 30 Yo y el Padre somos uno.

Comentario a Juan 10.27-30

Jesús vuelve a servirse de la imagen del pastor. Es como si dijera —comenta San Gregorio Magno— que «la prueba de que conozco al Padre y el Padre me conoce a mí (...) es la caridad con que muero por mis ovejas» (Homiliae in Evangelia 14,3). Quienes se resistan a reconocer que Jesús realiza sus obras de parte de su Padre no podrán creer. Jesús da su gracia a todos, pero algunos ponen obstáculos y no quieren abrirse a la fe. «Puedo ver gracias a la luz del sol; pero si cierro los ojos, no veo: esto no es por culpa del sol sino por culpa mía, porque al cerrar los ojos impido que me llegue la luz solar» (Sto. Tomás de Aquino, Super Evangelium Ioannis, ad loc.

En el v. 30, Jesús manifiesta la identidad sustancial entre Él y el Padre. Antes había proclamado a Dios como Padre suyo «haciéndose igual a Dios» (5,18); por esto los judíos habían pensado varias veces en darle muerte (cfr 5,18; 8,59). Ahora habla acerca del misterio de Dios, que los hombres sólo podemos conocer por revelación. Más adelante, en la Ultima Cena, volverá a desvelar ese misterio (14,10; 17,21-22). El evangelista ya lo contemplaba al comienzo del prólogo (cfr 1,1 y nota). «Escucha —invita San Agustín— al mismo Hijo: Yo y el Padre somos uno. No dijo: “Yo soy el Padre”, ni “Yo y el Padre es uno mismo”. Sino que en la expresión Yo y el Padre somos uno hay que fijarse en las dos palabras: somos y uno (...). Porque si son uno entonces no son diversos, y si somos, entonces hay un Padre y un Hijo» (In Ioannis Evangelium 36,9). Jesús revela su unidad con el Padre en cuanto a la esencia o naturaleza divina, pero al mismo tiempo manifiesta la distinción personal entre el Padre y el Hijo. «Creemos, pues, en Dios, que en toda la eternidad engendra al Hijo; creemos en el Hijo, Verbo de Dios, que es engendrado desde la eternidad; creemos en el Espíritu Santo, Persona increada, que procede del Padre y del Hijo como Amor sempiterno de ellos. Así, en las tres Personas divinas, que son eternas entre sí e iguales entre sí, la vida y felicidad de Dios enteramente uno abundan sobremanera y se consuman con excelencia máxima y gloria propia de la Esencia increada; y siempre hay que venerar la unidad en la Trinidad y la Trinidad en la unidad» (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, n. 10).

Foto de VENUS MAJOR en Unsplash

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