Ir al contenido principal

Jesús, el buen pastor (Jn 10,27-30)

Domingo 4º de Pascua – C. Evangelio

En aquel tiempo, dijo Jesús:
27 Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y me siguen. 28 Yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano. 29 Mi Padre, que me las dio, es mayor que todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. 30 Yo y el Padre somos uno.

Comentario a Juan 10.27-30

Jesús vuelve a servirse de la imagen del pastor. Es como si dijera —comenta San Gregorio Magno— que «la prueba de que conozco al Padre y el Padre me conoce a mí (...) es la caridad con que muero por mis ovejas» (Homiliae in Evangelia 14,3). Quienes se resistan a reconocer que Jesús realiza sus obras de parte de su Padre no podrán creer. Jesús da su gracia a todos, pero algunos ponen obstáculos y no quieren abrirse a la fe. «Puedo ver gracias a la luz del sol; pero si cierro los ojos, no veo: esto no es por culpa del sol sino por culpa mía, porque al cerrar los ojos impido que me llegue la luz solar» (Sto. Tomás de Aquino, Super Evangelium Ioannis, ad loc.

En el v. 30, Jesús manifiesta la identidad sustancial entre Él y el Padre. Antes había proclamado a Dios como Padre suyo «haciéndose igual a Dios» (5,18); por esto los judíos habían pensado varias veces en darle muerte (cfr 5,18; 8,59). Ahora habla acerca del misterio de Dios, que los hombres sólo podemos conocer por revelación. Más adelante, en la Ultima Cena, volverá a desvelar ese misterio (14,10; 17,21-22). El evangelista ya lo contemplaba al comienzo del prólogo (cfr 1,1 y nota). «Escucha —invita San Agustín— al mismo Hijo: Yo y el Padre somos uno. No dijo: “Yo soy el Padre”, ni “Yo y el Padre es uno mismo”. Sino que en la expresión Yo y el Padre somos uno hay que fijarse en las dos palabras: somos y uno (...). Porque si son uno entonces no son diversos, y si somos, entonces hay un Padre y un Hijo» (In Ioannis Evangelium 36,9). Jesús revela su unidad con el Padre en cuanto a la esencia o naturaleza divina, pero al mismo tiempo manifiesta la distinción personal entre el Padre y el Hijo. «Creemos, pues, en Dios, que en toda la eternidad engendra al Hijo; creemos en el Hijo, Verbo de Dios, que es engendrado desde la eternidad; creemos en el Espíritu Santo, Persona increada, que procede del Padre y del Hijo como Amor sempiterno de ellos. Así, en las tres Personas divinas, que son eternas entre sí e iguales entre sí, la vida y felicidad de Dios enteramente uno abundan sobremanera y se consuman con excelencia máxima y gloria propia de la Esencia increada; y siempre hay que venerar la unidad en la Trinidad y la Trinidad en la unidad» (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, n. 10).

Foto de VENUS MAJOR en Unsplash

Comentarios

Entradas más visitadas de este blog

Himno a la caridad (1 Co 12,31—13,13)

4º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura 12,31 Aspirad a los carismas mejores. Sin embargo, todavía os voy a mostrar un camino más excelente. 13,1 Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, sería como el bronce que resuena o un golpear de platillos. 2 Y aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, no sería nada. 3 Y aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no tengo caridad, de nada me aprovecharía. 4 La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, 5 no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, 6 no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; 7 todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 8 La caridad n...

Misión de los setenta y dos discípulos (Lc 10, 1-12.17-20)

14º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio 1 Después de esto designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir. 2 Y les decía: —La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al señor de la mies que envíe obreros a su mies. 3 Id: mirad que yo os envío como corderos en medio de lobos. 4 No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias, y no saludéis a nadie por el camino. 5 En la casa en que entréis decid primero: «Paz a esta casa». 6 Y si allí hubiera algún hijo de la paz, descansará sobre él vuestra paz; de lo contrario, retornará a vosotros. 7 Permaneced en la misma casa comiendo y bebiendo de lo que tengan, porque el que trabaja merece su salario. No vayáis de casa en casa. 8 Y en la ciudad donde entréis y os reciban, comed ...

Pecado y arrepentimiento de David (2 S 12,7-10.13)

11º domingo del Tiempo ordinario – C. 1ª lectura 7 Dijo entonces Natán a David: —Tú eres ese hombre. Así dice el Señor, Dios de Is­rael: «Yo te he ungido como rey de Israel; Yo te he librado de la mano de Saúl; 8 te he entregado la casa de tu señor y he puesto en tu regazo las mujeres de tu señor; te he dado la casa de Israel y de Judá; y, por si fuera poco, voy a añadirte muchas cosas más. 9 ¿Por qué has despreciado al Señor, haciendo lo que más le desagrada? Has matado a espada a Urías, el hitita; has tomado su mujer como esposa tuya y lo has matado con la espada de los amonitas. 10 Por todo esto, por haberme despreciado y haber tomado como esposa la mujer de Urías, el hitita, la espada no se apartará nunca de tu casa». 13 David dijo a Natán: —He pecado contra el Señor. Natán le respondió: —El Señor ya ha perdonado tu pecado. No morirás. En el párrafo anterior a éste, Natán acaba de interpelar a David con una de las parábolas más bellas del Antiguo Testamento provoca...