Santísima Trinidad – B. 1ª lectura
Comentario a Deuteronomio 4,32-40
Hay en este final del primer discurso una importante enseñanza teológica: el profundo concepto de Dios Uno (monoteísmo); la elección de Israel como pueblo específico de Dios; la providencia singular y benévola hacia este pueblo; la potencia de Dios, manifestada en prodigios a favor del pueblo elegido; y la consecuencia: Israel debe ser fiel al único Dios, guardando sus mandamientos y dándole sólo a Él el culto debido; de ese modo seguirá gozando de la protección divina.
Éste y otros pasajes de los libros sagrados muestra el gran esfuerzo de los autores inspirados por actualizar la enseñanza de tradiciones religiosas antiguas y aplicarlas a las situaciones y necesidades de los israelitas de épocas posteriores; de ahí, quizá, las frecuentes llamadas a la fidelidad a la Alianza, pues es de ella de la que en última instancia derivaban esas tradiciones.
«A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que su Dios sólo tenía una razón para revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor gratuito (cfr Dt 4,37; 7,8; 10,15). E Israel comprendió, gracias a sus profetas, que también por amor Dios no cesó de salvarlo (cfr Is 43,1-7) y de perdonarle su infidelidad y sus pecados (cfr Os 2)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 218).
La fórmula deuteronómica «el Señor es el Dios (ha-Elohim, a saber, el Dios Único) y no hay otro excepto Él» (v. 35), que aparece repetidas veces (cfr 4,39; 6,4; 32,39; etc.), constituye también la esencia de la predicación profética (cfr Jr 2,11-33; Is 41,2-29; 44,6; 46,9). Los Profetas se esfuerzan por atraer o mantener a Israel en la fidelidad al Dios Uno y Único que se reveló a los patriarcas y a Moisés, y contribuyeron al desarrollo y profundización del monoteísmo, de la universalidad del poder de Yahwéh, de sus exigencias morales, etc. Pero el núcleo de toda esa enseñanza lo encontramos expuesto, de modo profundo y concreto, en el Deuteronomio. Esta doctrina tiene amplia repercusión en la idea del Señor como «Dios celoso» (cfr Ex 20,5) que exige la total sumisión de sus fieles y no es compatible con las divinidades a las que otros pueblos rinden culto (cfr Ex 20,3).
La práctica del bien, de los mandamientos de la Ley de Dios, es causa de vida (v. 40) entendida en principio como duración de la vida presente, mientras el pecado acarrea con frecuencia la desgracia o la muerte, como castigos divinos (cfr Ez 18,10-13; 18,19-20; etc.). Que Dios retribuye al hombre con justicia, premiándolo o castigándolo, más tarde o más temprano, por el bien o el mal que haga, es doctrina constante a lo largo del Antiguo y del Nuevo Testamento. En textos antiguos, el acento cae sobre el premio o castigo durante la vida presente. En el Nuevo Testamento se acentúa la transcendencia de la retribución divina para la vida futura. No es de extrañar ese perfeccionamiento progresivo del horizonte ético: es la pedagogía divina que enseña a los hombres, poco a poco, contando con el tiempo y con la gracia.
Comentarios
Muchas gracias, Fernando