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Pongo hoy ante vosotros bendición y maldición (Dt 11,18.26-28.32)

9º domingo del Tiempo ordinario – A . 1ª lectura
18 »Grabad bien estas palabras mías en vuestro corazón y en vuestras almas. Atadlas como un signo a vuestra mano y sirvan entre vuestros ojos como recordatorio.
26 »Mirad, pongo hoy ante vosotros bendición y maldición. 27 La bendición, si escucháis los mandamientos del Señor, vuestro Dios, que os ordeno hoy. 28 Y la maldición, si no escucháis los mandatos del Señor, vuestro Dios, y os desviáis del camino que os prescribo hoy, yendo tras dioses extraños que no conocéis.
32 Prestad atención para poner por obra todas las leyes y las normas que os entrego hoy.
El autor sagrado se dirige a los supervivientes del éxodo, testigos de la especialísima protección del Señor. Sus hijos no vieron tales prodigios, pero también han de reconocerlos por el testimonio recibido.
La ceremonia de bendición y maldición, que ahora se anuncia con brevedad, será ampliamente explicada en los capítulos 27-28 del Deuteronomio, y Josué la llevará a cabo (cfr Jos 8,30-35). No consistirá tanto en bendecir o maldecir, cuanto en proclamar un resumen de los mandamientos y preceptos divinos en términos como «maldito quien no los cumpla», «bendito quien los cumpla». Supone la aceptación solemne por parte del pueblo de Israel de la Alianza del Señor. Esas «Bendiciones» y «Maldiciones» (cfr. Dt 27-28) siguen un modelo que se encuentra en otros escritos del antiguo Oriente, para dar fuerza y solemnidad a los pactos o alianzas; pero en el Deuteronomio adquieren valores morales especiales, coherentes con exhortaciones de los profetas de Israel.
El texto inspirado enseña que la Alianza viene sancionada mediante bendiciones y maldiciones, de acuerdo con la fidelidad o infidelidad de Israel a sus preceptos. Hay pasajes similares en otros lugares del Pentateuco: en el libro del Éxodo, distintas promesas de bendiciones ratifican el Código de la Alianza (23,20-23); en el Levítico, bendiciones y maldiciones concluyen la Ley de Santidad (cap. 26).
El contenido de los premios y los castigos hace referencia únicamente a bienes temporales. Es una manifestación más de la pedagogía divina, y de su condescendencia con la mentalidad y la cultura de aquellos hombres; la prosperidad y el poder por un lado, y la miseria y la esclavitud por otro, eran para ellos índices significativos de su fidelidad o infidelidad a la Alianza con el Señor. Con el de­sarrollo progresivo de la Revelación, Dios irá haciendo ver al pueblo elegido la existencia de una retribución en la otra vida. Con Jesucristo llegará a su plenitud esta doctrina, y las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12) supondrán un cambio total de perspectiva: la prosperidad o la miseria terrenas dejarán de ser índices de la bendición o del castigo de Dios.

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