32º domingo del Tiempo
ordinario – C. 2ª lectura
16 Que
nuestro Señor Jesucristo, y Dios nuestro Padre, que nos amó y gratuitamente nos
concedió un consuelo eterno y una feliz esperanza, 17 consuele
vuestros corazones y los afiance en toda obra y palabra buena.
3,1 Por
lo demás, hermanos, orad por nosotros para que la palabra del Señor avance con
rapidez y alcance la gloria, como ya sucede entre vosotros, 2 y para
que nos libremos de los hombres perversos y malvados: pues no todos tienen fe. 3
Pero el Señor sí que es fiel y Él os mantendrá firmes y os guardará del
Maligno. 4 En cuanto a vosotros, tenemos la confianza en el Señor de
que cumplís y que seguiréis cumpliendo lo que os ordenamos. 5 Que el
Señor dirija vuestros corazones hacia el amor de Dios y la paciencia de Cristo.
«El Apóstol (...) —comenta San Juan
Crisóstomo— los anima ahora a ofrecer oraciones a Dios por él, pero no para que
Dios lo exima de los peligros que debe afrontar —pues éstos son consecuencia
inevitable del ministerio que desempeña—, sino para que la palabra del Señor avance con rapidez y alcance la gloria»
(In 2 Thessalonicenses, ad loc.).
La expresión «avance con rapidez y
alcance la gloria» (v. 1), es una imagen tomada de los juegos del estadio, con
gran raigambre en toda Grecia: el vencedor en la carrera recibía la gloria del
premio. La victoria y el premio de la palabra de Dios es que sea proclamada y
aceptada por todo el mundo.
En contraste con la infidelidad de algunos
se hace una llamada a confiar en Dios (v. 3), que siempre es fiel. Pero exige
nuestra correspondencia: Dios nos ha creado sin nosotros, pero no ha querido
salvarnos sin nosotros (cfr S. Agustín, Sermones
169,13).
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