42 Perseveraban asiduamente en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. 43 El temor sobrecogía a todos, y por medio de los apóstoles se realizaban muchos prodigios y señales. 44 Todos los creyentes estaban unidos y tenían todas las cosas en común. 45 Vendían las posesiones y los bienes y los repartían entre todos, según las necesidades de cada uno. 46 Todos los días acudían al Templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y comían juntos con alegría y sencillez de corazón, 47 alabando a Dios y gozando del favor de todo el pueblo. Todos los días el Señor incorporaba a los que habían de salvarse.
Éste es el primero de los tres sumarios que se recogen en los capítulos iniciales del libro de los Hechos de los Apóstoles (cfr Hch 4,32-37 y 5,12-16). Al comienzo (v. 42), describe en términos sencillos lo más esencial de la vida ascética y litúrgico-sacramental de los primeros cristianos: «Esta secuencia de actos es típica de la oración de la Iglesia ; fundada sobre la fe apostólica y autentificada por la caridad, se alimenta con la Eucaristía » (Catecismo de la Iglesia Católica , n. 2624).
La «doctrina de los Apóstoles» es la instrucción habitual impartida a los nuevos convertidos. No es el anuncio del Evangelio a los no cristianos, sino una catequesis cada vez más ordenada y sistemática en la que se explican a los discípulos las verdades fundamentales de la Fe —lo que poco después se recitará en la Iglesia como Profesión de fe, Símbolo o Credo—, que debían ser creídas y practicadas para la salvación. La catequesis, que es una constante predicación y explicación del Evangelio «hacia adentro», aparece en el mismo comienzo de la Iglesia. «Evangelizadora, la Iglesia empieza por evangelizarse a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y trasmitida, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor» (Pablo VI, Evangelii nuntiandi, n. 15).
La «comunión» se refiere a la unión de corazones operada por el Espíritu Santo. Tal unidad se consolida en los discípulos al vivir y sentir su fe como un bien común, concedido, en Jesucristo, por Dios Padre (cfr Ga 2,9). En esta comunidad de afectos radican las disposiciones de desprendimiento que llevan en su momento a la renuncia generosa de los propios bienes en beneficio de los necesitados (vv. 45-46): «Esta pobreza y este desprendimiento voluntarios cortaban de raíz el principio egoísta de muchos males, y los nuevos discípulos demostraban haber entendido la doctrina evangélica» (S. Juan Crisóstomo, In Acta Apostolorum 7).
La «fracción del pan» (v. 42) es uno de los nombres de la Sagrada Eucaristía. Se le denomina así, «porque este rito, propio del banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia (cfr Mt 14,19; 15,36; Mc 8,6.19), sobre todo en la última Cena (cfr Mt 26,26; 1 Co 11,24). En este gesto los discípulos lo reconocerán después de su resurrección (Lc 24,13-35), y con esta expresión los primeros cristianos designaron sus asambleas eucarísticas (cfr Hch 2,42.46; 20,7.11). Con él se quiere significar que todos los que comen de este único pan, partido, que es Cristo, entran en comunión con Él y forman un solo cuerpo en Él (cfr 1 Co 10,16-17)» (Catecismo de la Iglesia Católica , n. 1329). Convive con otros nombres, como «Eucaristía», que subraya la idea de acción de gracias (cfr Didaché 9,1). La Santa Misa y la comunión eucarística constituyen desde Pentecostés el centro del culto cristiano.
Las «oraciones» son probablemente los salmos y los himnos con que se acompañaba la celebración de la Eucaristía. La consignación del artículo y el plural connotan que se trataba de oraciones determinadas. Los cristianos acuden al Templo de Jerusalén, porque es inicialmente uno de los centros de su vida litúrgica y de oración (v. 46). El Templo era para ellos la casa de Dios; sin embargo, no era el único lugar donde se reunían para la oración y el culto. Cuando el texto afirma que «partían el pan en las casas» (v. 46), se refiere probablemente a la fracción del pan apuntada antes (v. 42): la comunidad cristiana de Jerusalén —igual que las comunidades fundadas después por San Pablo— no posee todavía un edificio específico para las reuniones litúrgicas; lo hace en casas privadas, en lugares dignos. La construcción de edificios solamente para el culto no comenzará hasta el siglo III.
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