Ir al contenido principal

Rescatados por la sangre de Cristo (1 P 1,17-21)

Domingo 3º de Pascua – A. 2ª lectura
17 Y si llamáis Padre al que sin hacer acepción de personas juzga a cada uno según sus obras, comportaos con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación; 18 sabiendo que habéis sido rescatados de vuestra conducta vana, heredada de vuestros mayores, no con bienes corruptibles, plata u oro, 19 sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha, 20 predestinado ya antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos para vuestro bien; 21 para quienes por medio de él creéis en Dios, que le resucitó de entre los muertos y le glorificó, de modo que vuestra fe y vuestra esperanza se dirijan a Dios.
El fundamento de la liberación del pecado y de la santidad es el sacrifi­cio de Cristo. San Pedro acude a la imagen y al vocabulario de la redención de un esclavo que pasa a ser hombre libre. Es también una alusión al éxodo: tras la inmolación del cordero pascual, Israel fue liberado por Dios de la esclavitud de Egipto (cfr Ex 12,5); pero el precio de este rescate «no se ha calculado en dinero, sino en sangre, pues Cristo murió por nosotros; Él nos ha liberado con su sangre preciosa (...); preciosa porque es la sangre de un cordero inmaculado, porque es la sangre del Hijo de Dios, que nos ha rescatado no sólo de la maldición de la Ley, sino también de la muerte perpetua que implica la impiedad» (S. Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, in 12,6-7). La figura del Cordero aplicada a Jesucristo es un modo expresivo de referirse al sacrificio expiatorio de la cruz y, a la vez, a la inocencia inmaculada del Redentor (cfr Jn 1,29).

Comentarios

Entradas más visitadas de este blog

Himno a la caridad (1 Co 12,31—13,13)

4º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura 12,31 Aspirad a los carismas mejores. Sin embargo, todavía os voy a mostrar un camino más excelente. 13,1 Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, sería como el bronce que resuena o un golpear de platillos. 2 Y aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, no sería nada. 3 Y aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no tengo caridad, de nada me aprovecharía. 4 La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, 5 no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, 6 no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; 7 todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 8 La caridad n...

Un Dios que perdona (Lc 15,1-32)

24º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio 1 Se le acercaban todos los publicanos y pecadores para oírle. 2 Pero los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: —Éste recibe a los pecadores y come con ellos. 3 Entonces les propuso esta parábola: 4 —¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y sale en busca de la que se perdió hasta encontrarla? 5 Y, cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso, 6 y, al llegar a casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: «Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me perdió». 7 Os digo que, del mismo modo, habrá en el cielo mayor alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión. 8 ¿O qué mujer, si tiene diez dracmas y pierde una, no enciende una luz y barre la casa y busca cuidadosa...

El Señor renunció al mal que había anunciado (Ex 32,7-11.13-14)

24º domingo del Tiempo ordinario – C. 1ª lectura 7 En aquellos días, el Señor dijo a Moisés: —Anda, baja porque se ha pervertido tu pueblo, el que sacaste del país de Egipto. 8 Pronto se han apartado del camino que les había ordenado. Se han hecho un becerro fundido y se han postrado ante él; le han ofrecido sacrificios y han exclamado: «Éste es tu dios, Israel, el que te ha sacado del país de Egipto». 9 Y dijo el Señor a Moisés: —Ya veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. 10 Ahora, deja que se inflame mi cólera contra ellos hasta consumirlos; de ti, en cambio, haré un gran pueblo. 11 Moisés entonces suplicó al Señor, su Dios, diciendo: —¿Por qué, Señor, ha de inflamarse tu cólera contra tu pueblo, al que has sacado del país de Egipto con gran poder y mano fuerte? 13 Acuérdate d...