Ir al contenido principal

Los frutos del Espíritu (Ga 5,16-25)


Pentecostés – B. 2ª lectura
16 Y os digo: caminad en el Espíritu y no deis satisfacción a la concupiscencia de la carne. 17 Porque la carne tiene deseos contrarios al espíritu, y el espíritu tiene deseos contrarios a la carne, porque ambos se oponen entre sí, de modo que no podéis hacer lo que os gustaría.
18 Si os dejáis conducir por el Espíritu, no estáis sujetos a la Ley. 19 Ahora bien, están claras cuáles son las obras de la carne: la fornicación, la impureza, la lujuria, 20 la idolatría, la hechicería, las enemistades, los pleitos, los celos, las iras, las riñas, las discusiones, las divisiones, 21 las envidias, las embriagueces, las orgías y cosas semejantes. Sobre ellas os prevengo, como ya os he dicho, que los que hacen esas cosas no heredarán el Reino de Dios. 22 En cambio, los frutos del Espíritu son: la caridad, el gozo, la paz, la longanimidad, la benignidad, la bondad, la fe, 23 la mansedumbre, la continencia. Contra estos frutos no hay ley.
24 Los que son de Jesucristo han crucificado su carne con sus pasiones y concupiscencias. 25 Si vivimos por el Espíritu, caminemos también según el Espíritu.
La libertad quiere decir que el hombre es capaz de caminar hacia Dios, su verdadero y último fin. Se es libre cuando se es conducido por el Espíritu de Dios. Éste da fuerza al espíritu humano para superar las inclinaciones de la carne, denunciadas por la Ley (vv. 19-21), y para producir los frutos que están por encima de ella (vv. 22-23). De ahí que, cuando no se vive conforme al Espíritu, la persona se deja llevar por las apetencias de la carne. «Se dice que alguien vive según la carne cuando vive para sí mismo. En este caso, por “carne” se entiende todo el hombre. Ya que todo lo que proviene del desordenado amor a uno mismo se llama obra de la carne» (S. Agustín, De civitate Dei 14,2). Por eso, se incluyen entre las obras de la carne no sólo los pecados de impureza (v. 19) y las faltas de templanza (v. 21), sino también los pecados que van contra la religión y la caridad (v. 20). En cambio, cuando una persona deja actuar al Espíritu Santo su vida se transforma en una vida «según el Espíritu» (v. 25), en una vida sobrenatural que ya no es simplemente humana, sino divina. El alma se convierte entonces en un árbol bueno que se da a conocer por sus frutos. En la tradición cristiana, estas acciones que revelan la presencia del Paráclito y causan en el hombre un deleite espiritual, como primicias de la vida eterna, son llamadas frutos del Espíritu Santo (cfr Summa theologiae 1-2,70,1). «Los frutos enumerados por el Apóstol son aquellos que el Espíritu Santo causa y comunica a los hombres justos, aun durante esta vida, y están llenos de toda dulzura y gozo, pues son propios del Espíritu Santo, que “en la Trinidad es el amor del Padre y del Hijo y que llena de infinita dulzura a todas las criaturas” (S. Agustín, De Trinitate 5,9)» (León XIII, Divinum illud munus, n. 12). Tradicionalmente, la catequesis cristiana, al hilo de los vv. 22 y 23 según la Vulgata (que añade la paciencia, la fidelidad y la modestia), habla de doce frutos.

Comentarios

Entradas más visitadas de este blog

Comed, que sobrará (2 R 4,42-44)

17º domingo del Tiempo ordinario – B. 1ª lectura 42 Vino un hombre de Baal-Salisá y trajo al hombre de Dios pan de las primicias, veinte panes de cebada y trigo nuevo en su alforja. Y dijo Eliseo: —Dadlo a la gente para que coma. 43 Pero su administrador replicó: —¿Qué voy a dar con esto a cien hombres? Le respondió: —Dáselo a la gente y que coman, porque así dice el Señor: «Comed, que sobrará». 44 Él les sirvió; comieron y sobró conforme a la palabra del Señor. Baal-Salisá estaba situada a unos 25 km. al oeste de Guilgal. Puesto que el pan de las primicias estaba destinado a Dios (cfr Lv 23,17-18) aquel hombre se lo ofrece a Eliseo como profeta del Señor; pero éste, dada la carestía existente, quiere compartirlo. Es probable que esos cien hombres pertenecieran a los círculos proféticos con los que vivía Eliseo. Eliseo da la orden de repartir el pan, a la vez que pronuncia el oráculo que ha recibido de Dios (v. 43), y el prodigio se realiza. También Jesucristo obr

La multiplicación de los panes (Jn 6,1-15)

17º domingo del Tiempo ordinario – B. Evangelio 1 Después de esto partió Jesús a la otra orilla del mar de Galilea, el de Tiberíades. 2 Le seguía una gran muchedumbre porque veían los signos que hacía con los enfermos. 3 Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos. 4 Pronto iba a ser la Pascua , la fiesta de los judíos. 5 Jesús, al levantar la mirada y ver que venía hacia él una gran muchedumbre, le dijo a Felipe: —¿Dónde vamos a comprar pan para que coman éstos? 6 —lo decía para probarle, pues él sabía lo que iba a hacer. 7 Felipe le respondió: —Doscientos denarios de pan no bastan ni para que cada uno coma un poco. 8 Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: 9 —Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero, ¿qué es esto para tantos? 10 Jesús dijo: —Mandad a la gente que se siente —había en aquel lugar hierba abundante. Y se sentaron un total de unos cinco mil hombres. 11 Jesús tomó los panes y, desp

Pecado y arrepentimiento de David (2 S 12,7-10.13)

11º domingo del Tiempo ordinario – C. 1ª lectura 7 Dijo entonces Natán a David: —Tú eres ese hombre. Así dice el Señor, Dios de Is­rael: «Yo te he ungido como rey de Israel; Yo te he librado de la mano de Saúl; 8 te he entregado la casa de tu señor y he puesto en tu regazo las mujeres de tu señor; te he dado la casa de Israel y de Judá; y, por si fuera poco, voy a añadirte muchas cosas más. 9 ¿Por qué has despreciado al Señor, haciendo lo que más le desagrada? Has matado a espada a Urías, el hitita; has tomado su mujer como esposa tuya y lo has matado con la espada de los amonitas. 10 Por todo esto, por haberme despreciado y haber tomado como esposa la mujer de Urías, el hitita, la espada no se apartará nunca de tu casa». 13 David dijo a Natán: —He pecado contra el Señor. Natán le respondió: —El Señor ya ha perdonado tu pecado. No morirás. En el párrafo anterior a éste, Natán acaba de interpelar a David con una de las parábolas más bellas del Antiguo Testamento provoca