33º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio 5 Como algunos le hablaban del Templo , que estaba adornado con bellas piedras y ofrendas votivas , dijo: 6 —Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida. 7 Le preguntaron: —Maestro, ¿cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de que están a punto de suceder? 8 Él dijo: —Mirad, no os dejéis engañar; porque vendrán en mi nombre muchos diciendo: «Yo soy», y «el momento está próximo». No les sigáis. 9 Cuando oigáis hablar de guerras y de revoluciones, no os aterréis, porque es necesario que sucedan primero estas cosas. Pero el fin no es inmediato. 10 Entonces les decía: —Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino; 11 habrá grandes terremotos y hambre y peste en diversos lugares; habrá cosas aterradoras y grandes señales en el cielo. 12 Pero antes de todas estas cosas os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reye...
Pentecostés – B. 2ª lectura
16 Y os digo: caminad en el Espíritu y no deis satisfacción a la concupiscencia de la carne. 17 Porque la carne tiene deseos contrarios al espíritu, y el espíritu tiene deseos contrarios a la carne, porque ambos se oponen entre sí, de modo que no podéis hacer lo que os gustaría.
18 Si os dejáis conducir por el Espíritu, no estáis sujetos a la Ley. 19 Ahora bien, están claras cuáles son las obras de la carne: la fornicación, la impureza, la lujuria, 20 la idolatría, la hechicería, las enemistades, los pleitos, los celos, las iras, las riñas, las discusiones, las divisiones, 21 las envidias, las embriagueces, las orgías y cosas semejantes. Sobre ellas os prevengo, como ya os he dicho, que los que hacen esas cosas no heredarán el Reino de Dios. 22 En cambio, los frutos del Espíritu son: la caridad, el gozo, la paz, la longanimidad, la benignidad, la bondad, la fe, 23 la mansedumbre, la continencia. Contra estos frutos no hay ley.
24 Los que son de Jesucristo han crucificado su carne con sus pasiones y concupiscencias. 25 Si vivimos por el Espíritu, caminemos también según el Espíritu.
La libertad quiere decir que el hombre es capaz de caminar hacia Dios, su verdadero y último fin. Se es libre cuando se es conducido por el Espíritu de Dios. Éste da fuerza al espíritu humano para superar las inclinaciones de la carne, denunciadas por la Ley (vv. 19-21), y para producir los frutos que están por encima de ella (vv. 22-23). De ahí que, cuando no se vive conforme al Espíritu, la persona se deja llevar por las apetencias de la carne. «Se dice que alguien vive según la carne cuando vive para sí mismo. En este caso, por “carne” se entiende todo el hombre. Ya que todo lo que proviene del desordenado amor a uno mismo se llama obra de la carne» (S. Agustín, De civitate Dei 14,2). Por eso, se incluyen entre las obras de la carne no sólo los pecados de impureza (v. 19) y las faltas de templanza (v. 21), sino también los pecados que van contra la religión y la caridad (v. 20). En cambio, cuando una persona deja actuar al Espíritu Santo su vida se transforma en una vida «según el Espíritu» (v. 25), en una vida sobrenatural que ya no es simplemente humana, sino divina. El alma se convierte entonces en un árbol bueno que se da a conocer por sus frutos. En la tradición cristiana, estas acciones que revelan la presencia del Paráclito y causan en el hombre un deleite espiritual, como primicias de la vida eterna, son llamadas frutos del Espíritu Santo (cfr Summa theologiae 1-2,70,1). «Los frutos enumerados por el Apóstol son aquellos que el Espíritu Santo causa y comunica a los hombres justos, aun durante esta vida, y están llenos de toda dulzura y gozo, pues son propios del Espíritu Santo, que “en la Trinidad es el amor del Padre y del Hijo y que llena de infinita dulzura a todas las criaturas” (S. Agustín, De Trinitate 5,9)» (León XIII, Divinum illud munus, n. 12). Tradicionalmente, la catequesis cristiana, al hilo de los vv. 22 y 23 según la Vulgata (que añade la paciencia, la fidelidad y la modestia), habla de doce frutos.
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