1 »No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. 2 En la casa de mi Padre hay muchas moradas. De lo contrario, ¿os hubiera dicho que voy a prepararos un lugar? 3 Cuando me haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré junto a mí, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros. 4 Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.
5 Tomás le dijo:
—Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podremos saber el camino?
6 —Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida —le respondió Jesús—; nadie va al Padre si no es a través de mí. 7 Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora le conocéis y le habéis visto.
8 Felipe le dijo:
—Señor, muéstranos al Padre y nos basta.
9 —Felipe —le contestó Jesús—, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? 10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo no las hablo por mí mismo. El Padre, que está en mí, realiza sus obras. 11 Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí; y si no, creed por las obras mismas. 12 En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas porque yo voy al Padre.
Al parecer, el anuncio de las negaciones de Pedro ha entristecido a los discípulos. Jesús les anima diciendo que se marcha para prepararles una morada en los cielos, pues, a pesar de sus miserias y claudicaciones, finalmente perseverarán.
Inspirándose en las palabras del v. 2, Santa Teresa de Jesús escribirá sus célebres Moradas, considerando el «alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas. Que si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo sino un paraíso adonde dice Él tiene sus deleites. Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un Rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita?» (Moradas 1,1). Y más adelante añadirá: «La puerta para entrar en este castillo es la oración» (ibidem 2,11).
La muerte de Jesús va a ser el tránsito hacia el Padre, con quien es uno por ser Dios (cfr v. 10). Los Apóstoles no entendían con profundidad lo que Jesús les estaba enseñando; de ahí la pregunta de Tomás (v. 5). El Señor explica que Él es el camino hacia el Padre. «Era necesario decirles: Yo soy el Camino, para demostrarles que en realidad sabían lo que les parecía ignorar, porque le conocían a Él» (S. Agustín, In Ioannis Evangelium 66,2).
Las palabras de Jesús al responder: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida » (v. 6), van más allá de la pregunta de Tomás. Ser la Verdad y la Vida es lo propio del Hijo de Dios hecho hombre, del que San Juan dice en el prólogo a su evangelio que está «lleno de gracia y de verdad» (1,14). Él es la Verdad porque con su venida al mundo se muestra la fidelidad de Dios a sus promesas, y porque enseña verdaderamente quién es Dios y cómo la auténtica adoración ha de ser «en espíritu y en verdad» (4,23). Él es la Vida por tener desde toda la eternidad la vida divina junto al Padre (cfr 1,4), y porque nos hace, mediante la gracia, partícipes de esa vida divina. Por todo ello dice el evangelio: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien Tú has enviado» (17,3). Con su respuesta, Jesús está «como diciendo: ¿Por dónde quieres ir? Yo soy el Camino. ¿Adónde quieres ir? Yo soy la Verdad. ¿Dónde quieres permanecer? Yo soy la Vida. Todo hombre alcanza a comprender la Verdad y la Vida ; pero no todos encuentran el Camino. Los sabios del mundo comprenden que Dios es vida eterna y verdad cognoscible; pero el Verbo de Dios, que es Verdad y Vida junto al Padre, se ha hecho Camino asumiendo la naturaleza humana. Camina contemplando su humildad y llegarás hasta Dios» (S. Agustín, Sermones 142 y 141,1.4). «Si buscas, pues, por dónde has de ir, acoge en ti a Cristo, porque Él es el camino (...). Es mejor andar por el camino, aunque sea cojeando, que caminar rápidamente fuera del camino. Porque el que va cojeando por el camino, aunque adelante poco, se va acercando al término; pero el que anda fuera del camino, cuanto más corre, tanto más se va alejando del término» (Sto. Tomás de Aquino, Super Evangelium Ioannis, ad loc.).
El v. 9 es de una intensidad deslumbrante. Conocer a Cristo es conocer a Dios. Jesús es el rostro de Dios: «Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14,9), y el Padre: “Éste es mi Hijo amado; escuchadle” (Lc 9,35). Nuestro Señor, al haberse hecho hombre para cumplir la voluntad del Padre, nos “manifestó el amor que nos tiene” (1 Jn 4,9) con los menores rasgos de sus misterios» (Catecismo de la Iglesia Católica , n. 516).
Antes de partir de este mundo, el Señor promete a los Apóstoles que les hará partícipes de sus poderes para que la salvación de Dios se manifieste por medio de ellos (vv. 12-14). Las obras que realizarán son los milagros hechos en el nombre de Jesucristo (cfr Hch 3,1-10; 5,15-16; etc.), y sobre todo, la conversión de los hombres a la fe cristiana y su santificación, mediante la predicación y la administración de los sacramentos. Se pueden considerar obras mayores que las de Jesús (v. 12) en cuanto que por el ministerio de los Apóstoles el Evangelio no sólo fue predicado en Palestina, sino que se difundió hasta los extremos de la tierra.
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