13º domingo del Tiempo ordinario – C.
2ª lectura
1 Para esta libertad Cristo nos ha liberado.
Manteneos, por eso, firmes, y no os dejéis sujetar de nuevo bajo el yugo de la
servidumbre. 13 Porque vosotros, hermanos, fuisteis llamados a la
libertad. Pero que esta libertad no sea pretexto para la carne, sino servíos
unos a otros por amor. 14 Pues toda la Ley se resume en este único
precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 15 Y si os mordéis y
os devoráis unos a otros, mirad que acabaréis por destruiros.
16 Y os digo: caminad en el Espíritu y no deis
satisfacción a la concupiscencia de la carne. 17 Porque la carne
tiene deseos contrarios al espíritu, y el espíritu tiene deseos contrarios a la
carne, porque ambos se oponen entre sí, de modo que no podéis hacer lo que os
gustaría.
18 Si os dejáis conducir por el Espíritu, no estáis
sujetos a la Ley.
Para Pablo la libertad cristiana no significa libertinaje: la ley de
Cristo confirma y profundiza el Decálogo (vv. 13-15). Cristo dio a los diez
mandamientos nuevo vigor y mostró que la clave y resumen de todos ellos es el
Amor: un amor a Dios, que lleva consigo necesariamente el amor al prójimo.
«Puede también preguntarse —comenta San Agustín— por qué el Apóstol habla aquí
sólo del amor al prójimo, con el cual dijo que se cumple la Ley (...), cuando en realidad
la caridad sólo es perfecta si se viven los dos preceptos del amor a Dios y al
prójimo (...). Pero ¿quien puede amar al prójimo, es decir, a todo hombre, como
a sí mismo, si no ama a Dios, ya que sólo con su precepto y su don puede
cumplir el amor al prójimo? De ahí que, como ambos preceptos no se pueden
guardar uno sin otro, basta nombrar uno de ellos» (Expositio in Galatas 45).
La libertad quiere decir que el hombre es capaz de caminar hacia Dios,
su verdadero y último fin (vv. 16-26). Se es libre cuando se es conducido por
el Espíritu de Dios.
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