9 Después
de esto, en la visión, apareció una gran multitud que nadie podía contar, de
todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, de pie ante el trono y ante el
Cordero, vestidos con túnicas blancas, y con palmas en las manos.
Entonces uno de los ancianos intervino
y me dijo:
—Éstos que están vestidos con túnicas
blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?
14b
—Señor mío, tú lo sabes —le respondí yo.
Y me dijo:
—Éstos son los que vienen de la gran
tribulación, los que han lavado sus túnicas y las han blanqueado con la sangre
del Cordero. 15 Por eso están ante el trono de Dios y le sirven día
y noche en su templo, y el que se sienta en el trono habitará en medio de
ellos. 16 Ya no pasarán hambre, ni tendrán sed, no les agobiará el
sol, ni calor alguno, 17 pues el Cordero, que está en medio del trono,
será su pastor, que los conducirá a las fuentes de las aguas de la vida, y Dios
enjugará toda lágrima de sus ojos.
Esta visión muestra la situación gloriosa de la que gozan los
redimidos por Cristo tras la muerte. «La sangre del Cordero que se ha inmolado
por todos ha ejercitado en cada ángulo de la tierra su universal y eficacísima
virtud redentora, aportando gracia y salvación a esa “muchedumbre inmensa”.
Después de haber pasado por las pruebas y de ser purificados en la sangre de
Cristo, ellos —los redimidos— están a salvo en el Reino de Dios y lo alaban y
bendicen por los siglos» (Juan Pablo II, Homilía
1-XI-1981).
La finalidad de la revelación de esas escenas consoladoras es fomentar
el afán de imitar a estos cristianos, que fueron como nosotros y que ahora se
encuentran ya victoriosos en el Cielo. Para lograrlo la Iglesia nos invita a
pedir: «Señor, Dios nuestro, que santificaste los comienzos de la Iglesia romana con la
sangre abundante de los mártires; concédenos que su valentía en el combate nos
infunda el espíritu de fortaleza y la santa alegría de la victoria» (Misal
Romano, Santos Protomártires de la Santa Iglesia
Romana, Oración colecta).
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